La Nación con la historia quizás más rica y asombrosa de la Tierra vive bajo la creencia de que debe avergonzarse de ella. El prejuicio ha sido asumido como parte de un supuesto pecado original y ha ido más allá de la propaganda de naciones e imperios enemigos para convertirse en dogma propio de un sector y una posición ideológica. Los españoles no solo estamos en cabeza de los crédulos en nuestra propia Leyenda Negra sino que la enseñamos en las escuelas y la convertimos en dogma de fe del “progresismo” en las cátedras universitarias. Hasta tal punto llega que hasta el propio nombre y el patronímico comunes quema en muchas bocas y hemos convertido a España en “Estepaís” y nosotros en “Estepaisinos”. Un buena parte de la población, anegada por ello ignora su historia y la desprecia en la medida que la ignora o la entiende como un estigma colectivo. Las tensiones separatistas, las pulsiones nacionalistas y la educación desvertebrada sin relato común han agravado aún más el problema y los libros de texto de cada una de las autonomías, y en particular las que con ellos incluyen el mensaje nacionalista, lo han exacerbado.
Pero, y quizás debido a ese acoso, a esa contumacia en la ofensa y el menosprecio, algo está sucediendo, algo se ha despertado y se levanta. Los españoles quieren saber sobre sí mismos, quieren reconocerse en lo que fueron, quieren reencontrarse con España y en ella y no en la avergonzada caricatura en la que se ha pretendido estabularles. Eso está pasando. Y se está viendo al mismo tiempo en los balcones como en los estantes de las librerías.
La Historia de España, y esta es la gran novedad cada vez más pujante y para algunos sorprendente, apasiona, ¡qué cosas!, a los españoles y el auge de la Novela Histórica, creciente y sostenido, es el reflejo de ese interés y esa auténtica hambre de conocimiento y de equilibrio y veracidad entre las visiones extremas e imperiales impuestas por la dictadura franquista con las no menos extremistas del progrerío apócrifo y hegemónico que proponen como resultante y conclusión la vergüenza general por nuestro pasado y de todo cuanto lo simboliza y representa.
La Historia de España no cabe en un panfleto. Ni a favor ni en contra. Ni el del enaltecimiento sin tacha, ni el del oprobio sin límite. No puede ser compendiada en un tuit, ni reducida a un mitin, ni explicada a través de la soflama ideológica, ni juzgada con el esquema de valores de hoy como norma exigida de conducta en épocas, culturas, civilizaciones y situaciones pretéritas. Cada cosa según su tiempo. Cada hecho atendiendo a su circunstancia. Nunca negra del todo, tampoco nunca de blanco inmaculado. Pero siempre inmensa, trascendental, vientre de siguientes aconteceres, engendradora de nuevas criaturas a su vez envueltas en luz y en sombra, como el hombre mismo, como la humanidad continua.
Desde el principio casi de sus propios tiempos, desde cuando en esta península llegó a su fin y se extinguió la primera especie plenamente humana, los neandertales, tal vez y muy probablemente, a causa de la que de ahora somos parte todos, los cromañones, soberbiamente autocalificados por nosotros mismos como sapiens. No sin mezclarse, no sin que algo quedara en nosotros de la vieja estirpe. Eso fue aquí cuando nuestra tierra no tenía aún su nombre. Hace algo menos de 30.000 años. Y luego, ya bautizados y reconocibles en la historia y en la geografía, también aquí en esta Hispania, en boca de Barcas, de Escipiones, de iberos y celtas y como no podía ser de otra manera al estar colocados como una tienda de campaña en el cruce de todos los caminos entre los mares y los mundos, donde se produjeron todas las hibridaciones, todas las llegadas, todas las invasiones, todas las conquistas y reconquistas, desde el este, desde el norte, desde el sur, de griegos, de fenicios, de sus primos de Cartago, de romanos, granero de trigo y emperadores, de suevos, vándalos y godos, que aquí dejaron de ser “bárbaros”, de moros, bereberes y algún árabe, donde el Islam alcanzó su máximo esplendor y su última frontera y donde por vez primera y única en el mundo su conquista fue reconquistada enfrentándose a la peor de sus tinieblas que ahora retornan sobre la humanidad entera, las yihad almorávides y almohades de hace 800 años.
Todo ello pasó también aquí. Y desde aquí, y sin paréntesis ni solución de continuidad, ser entonces nosotros quienes se lanzaran hacia el Oeste e hicieran la Tierra primero el doble de extensa de lo que los hombres pensaban y luego la globalizaran circunvalándola. Eso solo y tan solo eso habría de significar y significa, aunque no lo sepamos o no queramos saberlo, una prevalencia entre las grandes historias. Y después y hasta hoy ya todo más conocido aunque igualmente incomprendido, Imperio, decadencia, invasión napoleónica, lucha por la Independencia y todas las convulsiones internas hasta rematar en la peor de la guerras, la de matarnos aquí y entre nosotros, con furor en los frentes, pero antes y después, atroz y vilmente, en tapias y cunetas. Y atravesar la Dictadura y alumbrar, reconciliados, Libertad y Democracia, sobre la que ahora, siempre la misma piedra, no falta quien escupa rebuscando el odio. Y todo ello sucedió aquí también. Y todo ello debemos, necesitamos y queremos, porque resulta que queremos, conocerlo.
Pero todo. Sin antojeras ni cilicios, sin declaración impuesta de criminalidad previa y absoluta, sin el sambenito de la neoinquisición que nos condena colectivamente a la hoguera como los apestados. Nuestra historia con mayúsculas y con minúsculas, aunque haya quienes pretendan seguir empeñados en ignorarla, retorcerla y ensuciarla, como si, y al igual que todas las de los pueblos de la tierra, no tuviera ya los suficientes lamparones. Y resulta que no. Resulta que hay muchos más españoles que no desean seguir en ese aprisco y con ese pastoreo sino algo muy diferente: conocimiento. Que quieren saber y ese querer saber resulta ser la clave de lo que está pasando y creciendo. Y en esa aspiración ha de estar el combate contra el primer y más poderoso de nuestros enemigos colectivos: La ignorancia y sus hijos trillizos, el desprecio, la vergüenza y el odio.
Ya lo he dicho. Está viniendo a suceder algo inaudito. Sorprendente. Y es la novela, la ficción, quien está acudiendo al rescate de la historia. La Novela Histórica ha venido en llamarse, aunque toda novela en cierta forma lo es, tanto si sitúa su escenario en el pasado o en el presente e incluso en el futuro, pues no deja de ser un intento de anticiparse a ella contándolo antes de que ocurra. Son los escritores de este género, quienes novelando personajes reales o situando personajes de ficción en escenarios y hechos históricos, y sus millones de lectores, pues ya estamos en tales magnitudes, quienes están despertando un interés inusitado entre los españoles por lo que es simplemente su propio y tantas veces escarnecido pasado.
Por ello, escritores e historiadores, condición que en muchos casos se conjunta en la misma persona, nos hemos embarcado en un proyecto que pretende situar a nuestra historia en el terreno del conocimiento, la comprensión de los momentos históricos y la asunción de un pasado lleno de las mayores luces sin estar exento, como todos los pueblos, de sombrías tinieblas.
Presidente