Voces desde el más allá de la historia
Voces desde el más allá de la historia
Capítulo 1
¿Fue asesinado el padre de Alfonso XII?
El testimonio de mi abuela Concepción quedó impregnado en mi memoria infantil cuando escuchaba fascinada aquellas historias de una familia con tantos sirvientes, peinadoras y amas de cría, nunca suficientes para los veintidós hijos que dio a luz mi bisabuela. Mi abuela nació en 1893 y fue de las últimas de la saga. Su memoria prodigiosa no omitía un detalle acerca de las viviendas que habitaron, ni de las fechas de tantas muertes que tuvo que vivir entre sus hermanos, llorando siempre al evocarlo. En pleno régimen franquista y apartada de mi España natal quedaban muy diluidas sus descripciones acerca de su abuelo militar relacionado con la reina Isabel II. Bien lejos quedaban aquellas épocas de reyes, ya caducos en España desde el exilio de Alfonso XIII y proclamación de la segunda república, el 14 de abril de 1931, aunque finalmente reimplantados en España por el dictador Franco cuando yo tenía once años.
Me atraía poderosamente conocer los pormenores de una época tan distinta a los tiempos en que nos desenvolvíamos. Oír hablar de trajes hasta el suelo, coches de caballos, bigoteras, rapé, salidas diarias al teatro, cine mudo… era adentrarse en un túnel del tiempo. Mi curiosidad insaciable intentaba retener todo y hacía más preguntas, que mi abuela nunca dejaba de responder, incluso con la amargura que le producía rememorar la espada de Damocles de la familia: la omnipresente tuberculosis que tanto estrago causó entre sus hermanos. La tisis, como ella decía, atacó a casi todos sus hermanos varones que superaron la alta mortandad infantil del siglo XIX —tan solo ocho de los veintidós hermanos alcanzaron la vida adulta—.Todo el énfasis que ponía mi abuela en sus relatos de familia se trocaba en vehemencia cuando pasaba al episodio más estremecedor de la vida de su padre. Como lo sería para cualquiera haber sido testigo del asesinato de su progenitor y temer por su vida también. Así fue la dura experiencia vivida en aquella jornada infernal que sin duda fue para mi bisabuelo, su hermano y la madre de ambos el día 22 de junio de 1866. Por este capítulo de la historia se suele pasar de puntillas, hablándose únicamente de la caída de Isabel II en septiembre de 1868. Pero fue el 22 de junio de 1866 el punto neurálgico para echar a rodar el trono. La onda expansiva del asesinato de mi tatarabuelo y los oficiales de artillería que compartieron tan fatal destino fue el detonante del surgimiento de la primera república, el 11 de febrero de 1873, al producirse la dimisión del rey Amadeo de Saboya tras firmar el decreto de disolución del cuerpo de artillería. Dicho cuerpo, en un acto de honor, no había dudado en dimitir en masa por sus compañeros vilmente asesinados. Todo esto entonces yo no lo sabía, y mi conocimiento de aquel funesto día se basaba en la rememoración vívida de mi abuela, cuya versión únicamente podía provenir de testigos directos. ¿Qué mejores testigos que quienes estuvieron allí?
Me estremecía el modo en que se había producido el asesinato de mi tatarabuelo. Mi abuela repetía su relato una y otra vez a quien quisiera escucharla, con una necesidad enorme de que no se perdiera, de que se captara la gravedad de estos acontecimientos. Su narración contiene unos puntos clave y no todos los detalles que ahora supondrían tanto para mí. Entonces era una descripción de hechos pasados que se le habían transmitido a mi abuela. Y era que su abuelo, Federico Puig, había sido asesinado en la rebelión de los sargentos. Al oírla, de niña imaginaba que en esos tiempos cosas de este tipo eran normales. Más adelante descubriría que aquello era un hito en la historia, algo insólito, igual que lo sería en nuestros días, e incluso más, como lo demostraron las reacciones de indignación de un cuerpo de élite distinguido por su ilustración, donde era inadmisible un acto salvaje de estas características.
Según refería mi abuela, los sargentos habían ido a buscar a su abuelo a su casa y le dispararon sin que este pudiera defenderse. A pesar de ello, alguno de esos sargentos mostró cierta humanidad, pues contaba mi abuela que cuando le iban a dar el tiro de gracia, uno de ellos dijo: «No, porque ha sido muy bueno con nosotros». No comprendía una actitud tan contradictoria. Otro detalle referido por mi abuela es que el asistente de Federico Puig cerró el paso a los sargentos protegiendo con su vida la puerta tras la que se hallaban los hijos de su coronel —mi bisabuelo Federico y su hermano Enrique, que entonces tenían trece y diez años— junto a su madre. Gritó: «¡Tendréis que matarme a mí primero!» Mi bisabuelo, hermano y madre, lograron salvar la vida, habiendo vivido tras esa puerta el dolor por la muerte de aquel ser querido y sintiendo pánico por sí mismos. Una experiencia como esa se graba para siempre.
Proseguía mi abuela con la entrevista que mantuvieron la viuda y huérfanos con la reina Isabel II, que les hizo una serie de concesiones extraordinarias, tanto de pensión a la viuda como a los huérfanos. Al mayor le hizo alférez con sueldo ingresando directamente en la academia de artillería, y al menor, cuando alcanzara la edad necesaria, se le reservaba una plaza pensionada en dicha academia de artillería.
El ímpetu que puso mi abuela en propagar esta historia contrasta con el desinterés general de sus hermanos y el mutismo total de su padre, que se llevó sus secretos a la tumba. Sin embargo, mi abuela tuvo oportunidad de saber algo más a través del otro niño testigo del asesinato. Detallaba entusiasmada su viaje a Madrid, cuando se casó su tío Enrique, tardíamente, en 1916. A diferencia del padre de mi abuela, militar retirado a los veinticuatro, Enrique Puig había seguido una brillante carrera militar, llegando a general de brigada, y quizá por ello sin tiempo para casarse hasta los cincuenta y nueve. Por entonces ya estaba en la reserva, y en aquellos días con sus sobrinas atendería sin duda a satisfacer la curiosidad de mi abuela.
Mi bisabuelo, que nunca quería hablar de su padre, se limitaba a citar el elevado rango de la familia materna, cuando como luego descubrí, en la rama de su padre había mucho pasado en las altas esferas. ¿Por qué iba a ocultar mi bisabuelo que su abuela paterna había sido azafata de la reina María Isabel de Braganza, y que Fernando VII fue el padrino de bautizo de una hermana de su padre? El marido de la hermana mayor de mi abuela se preguntaba, al descubrir por su cuenta el retrato de Federico Puig Romero en el museo del Ejército, cómo era posible que su suegro jamás mencionase algo tan importante acerca de su padre y rehusase tocar ese tema indefectiblemente. Algo había en aquel silencio que superaba toda lógica y que probablemente estaba relacionado con su solicitud de licencia absoluta en junio de1877, cuando se cumplía el onceavo aniversario de la muerte de su padre. Algo tan secreto y ominoso que había que ocultar a toda costa.
Mi abuela enviudó en 1950 y al contraer matrimonio mi madre en noviembre de 1953 se fue a vivir con ella, permaneciendo con nosotros hasta su muerte, en 1988. De ahí que su testimonio nunca se perdiera, dado su tenaz empeño en no dejarlo desaparecer pese al tiempo transcurrido, aferrándose a sus recuerdos de los tiempos de esplendor y a sus más queridos afectos hacia sus padres y hermanos.
Habrían de transcurrir trece años desde su fallecimiento para que se dieran las circunstancias que me llevaron a indagar en el asesinato de Federico Puig Romero tantas veces referido por mi abuela. El asesinato seguía sin resolver y las contradicciones que fui hallando con falsedades comprobadas publicadas en libros firmados por historiadores me llevaron a investigar hasta llegar a la raíz de esta necesidad de ocultar las auténticas circunstancias de su muerte desde lo más alto del poder. Ahondando en ello descubrí mucho más de lo que imaginaba: un estrecho vínculo entre Fernando VII, padre de Isabel II, y la madre de Federico Puig Romero.
Pero aún faltaba más. Al buscar información en la tradición oral entre los descendientes que quedaban de Federico Puig Romaguera, a una de ellas le constaba que la paternidad de Alfonso XII, hijo de Isabel II, correspondía a Federico Puig Romero. Lo probaba la existencia de una carta dirigida a Federico y Enrique Puig Romaguera firmada por Vuestro hermano, El Rey. Esta carta estuvo en manos de Carmen, hermana de mi abuela, la cual vivió con su padre hasta la muerte de este. Obtuve de la única superviviente de sus hijos el testimonio de haber visto cuando era niña a su madre enseñando este documento. Bastantes años después ratifiqué esta información mediante el testimonio de Elena, hija de Rafael, otro hijo de Federico Puig Romaguera. La fuente de Elena había sido una hermana mayor de la que me reveló esta información, y Elena había hablado de esto con ella muchos años atrás, cuando yo aún ni me planteaba este tema.
Había llegado la hora de iniciar una investigación seria que comprobara o desmintiera esta tesis acerca de la paternidad de Alfonso XII correspondiente a Federico Puig Romero, no tanto por este hecho que de ser cierto no pasaría de lo anecdótico si nos atenemos a lo rutinario de la existencia de los denominados validos de la historia que a nadie han escandalizado. Lo relevante para mí en esta
investigación fue llegar al fondo del asesinato sin resolver de Federico Puig Romero que lleva al inevitable interrogante de si dicho asesinato tuvo relación con la presunta paternidad de Alfonso XII. Para responder a ello habrá que adentrarse en la vida de este desconocido oficial Puig cuya relación con la reina Isabel II traspasó los límites de una jornada sangrienta que marcó un antes y un después en la monarquía española.
Capítulo 2
Antecedentes históricos de Federico Puig Romero
2.1. Los presuntos abuelos paternos de Alfonso XII, Vicente Puig y Gertrudis Romero
Los padres de Federico Puig Romero contrajeron matrimonio en Salamanca, tras haber cesado la oleada de robos y crímenes que había azotado a esta ciudad durante bastante tiempo por una vasta banda que mantuvo aterrorizada a la población. Vicente Puig, capitán del regimiento primero de Voluntarios de Barcelona del ejército del rey Carlos IV, formó parte del consejo de guerra que por real orden debía dictaminar sentencia contra los reos, algunos de ellos capturados con posterioridad a la anterior sentencia de diciembre de 1801. Conoció por entonces a la hija del sacristán mayor de la parroquia de Santa Eulalia, Gertrudis Piñeyro Romero, de apenas diecisiete años. Vicente Puig Formenti, de treinta y uno, era de Barcelona, al igual que sus padres y abuelos, por ambas ramas. Su abuelo paterno, Salvador Puig y Castellat, era real corredor de cambios, concretamente el primer poseedor de una correduría real de cambios en Barcelona1. Su abuelo materno y padrino de bautizo,
Miguel Formenti, en los diez años previos al nacimiento de Vicente no cesó de escalar posiciones en la sociedad. Pasó de fabricante de indiana a comerciante, a comerciante de Lonja y miembro de la Junta de Comercio. Intervino en seguros y se hizo procurador del conde de Torralba.
No fue fácil obtener la real licencia porque el matrimonio era desigual al pertenecer ella al estado llano. En aquel entonces la carrera militar de Vicente, de ascendencia noble, era sinónimo de distinción y por ello el Montepío Militar exigía unos requisitos indispensables para optar a sus beneficios la viuda y huérfanos en caso de muerte del oficial. Gertrudis debía superar pruebas adicionales a las requeridas a las contrayentes de origen noble o hijas de oficial, al considerarse en ellas implícitos los ancestros de acuerdo a los cánones exigibles, y debía someterse a un informe de limpieza de sangre. El principal inconveniente fue el oficio del padre de ella, inaceptable para el Montepío Militar: sacristán mayor de la parroquia de Santa Eulalia. En la nota marginal de la instancia de Vicente, el 6 de abril de 1802, se lee: «Este oficial en todas partes desea contraer matrimonio, está empeñado y entraría en mayores obligaciones porque la parte no tiene facultades ningunas». Vicente Puig recurrió a todos los subterfugios legales necesarios para que fuera aprobado el oficio del padre de su novia y finalmente obtuvo la real licencia el 19 de junio. La boda
se celebra en la parroquia de Santa Eulalia tres días después de emitir sentencia el consejo de guerra del que Vicente formaba parte. Y para evitar más complicaciones en el futuro con el oficio del padre de su novia, ella prescindió a partir de entonces del primer apellido de su padre y pasó a ser Gertrudis Romero.
Gertrudis ha de adaptarse a la vida de un militar, acompañando a su marido a los diversos destinos donde es enviado. Esto cambia en 1807, cuando Vicente Puig firma su testamento en Pamplona el 16 de abril. Su batallón recibe la orden superior de partir al reino de Francia a emprender una expedición militar. Esta separación forzosa de su familia sin conocer duración ni destino entrañaba riesgos que un militar no ignoraba. Cabía la posibilidad de que no regresara y dejara huérfanos a sus dos pequeños: Vicente, con cerca de cuatro años, y Encarnación, con dos recién cumplidos.
La expedición que insta a Vicente Puig a dar sus últimas disposiciones antes de emprenderla estaba dirigida por el marqués de la Romana, de acuerdo a las indicaciones de Napoleón, el cual pretendía extraer tropas de España (por entonces aliada a Francia): en 1806 para Italia, en 1807 para Alemania y Dinamarca y en 1808 para Portugal. Vicente Puig formaba parte del segundo de estos grupos.
Durante esta aventura de Vicente Puig por las tierras del norte de Europa, en España la situación política da un viraje. El valido Manuel Godoy es destituido y encarcelado por orden de Fernando VII, el cual coacciona a su padre, Carlos IV, forzándole a abdicar en él (19 de marzo de 1808). Fernando, con veintitrés años, era el mayor de los tres hijos varones del matrimonio de Carlos IV y María Luisa, con una extensa prole mayoritariamente femenina. La familia real se ve obligada a partir a Bayona, donde sobrevienen las abdicaciones que finalmente hacen pasar la corona a manos de Napoleón, quien proclama rey a su hermano José. Los varones de la familia real española se dividieron en su exilio. El infante Francisco de Paula, diez años menor que su hermano Fernando y al que muchos consideraron hijo de Godoy, acompañó a Carlos IV, María Luisa y Godoy a Fontaineblau, Marsella y Roma. Por otro lado, Fernando y su hermano Carlos, cuatro años menor que él, se trasladaron con su tío, el infante Antonio, al castillo de Valençay.
Cuando sobreviene en Madrid el levantamiento popular contra los franceses del 2 de mayo de 1808 y llegan noticias de ello al marqués de la Romana, este decide emprender una retirada temeraria a España. De los 15.000 iniciales que partieron en la expedición sobreviven unos 9.000, entre quienes se halla Vicente Puig.
El retorno a la patria no se presentaba muy halagüeño. Se avecinaban tiempos difíciles de guerra contra la invasión francesa en aras de defender los derechos dinásticos de Fernando VII, a quien todos consideraban una víctima de las maquinaciones de Napoleón, responsable de su cautiverio. De ahí que el pueblo le llamara cariñosamente El Deseado, confiando que a su vuelta a España todo volvería a su cauce.
Durante la separación, Gertrudis ha permanecido en Salamanca junto a su hermana Ramona y ha amadrinado a su sobrino, Félix Martín Romero, bautizado en la misma parroquia donde se casó con Vicente en 1802. A la vuelta de su marido, Gertrudis le sigue dondequiera que él vaya, sin que los avatares de la guerra logren separarlos ya. Vicente prosigue con el ejército del marqués de la Romana y marcha a Portugal, donde nace en 1810 Javiera. De Portugal pasa a Santiago, incorporándose al batallón de Voluntarios de Santiago. Allí nacen tres hijos más: José, en 1811, Federico, en 1812, y Francisco, en 1813.
Tras seis años de enfrentamientos, España logra vencer a los franceses y se produce el advenimiento del Deseado, que el 24 de marzo de 1814 es recibido en España por las tropas del primo hermano de Vicente Puig, Antonio Puig y Luca, cuando se concretan las condiciones de la rendición de las plazas tomadas por los franceses. Antonio Puig era un hombre polifacético que, además de resaltar como militar, cultivaba la actividad científica y literaria. Quizá por ello no tuvo tiempo para casarse. Vicente Puig, por el contrario, arrastraba tras de sí una familia numerosa que en marzo de 1815 se incrementa con Alejandro, el séptimo de sus hijos. 1815 sería un año decisivo en sus vidas, cuando se produce la cercanía del monarca que marcaría un antes y un después.
Este es un año especialmente marcado en el reinado de Fernando VII, bajo un régimen de absolutismo y terror en que cualquiera estaba expuesto a que se le formara un sumario. El equipo asesor del rey consistía en una panda de arribistas de dudosa calaña, de los que destaca el marqués de Villa-Urrutia a Paquito Córdova, duque de Alagón, y Chamorro: El secreto de la perdurable privanza acaso estaba en que, maestros ambos en rufianescas tercerías, para dar gusto al Rey solo necesitaban buscar quien se lo diera3. Tras haber restablecido la inquisición, Fernando VII creó el ministerio de Seguridad Pública, que se encargaba de encarcelar a todo aquel contrario al régimen, es decir, todo aquel que se expresara libremente o fuera blanco de las intrigas de la cuadrilla real. Se perseguía especialmente a los liberales, constitucionales y masones. Cualquiera era un revolucionario en potencia.
No resulta fácil seguir los pasos de Vicente Puig en 1815 partiendo de su expediente militar, que consta como desaparecido en el Archivo General Militar de Segovia, quedando tan solo el expediente matrimonial, con un apellido incorrecto (Vicente Puig Puig en lugar de Vicente Puig Formenti) que dificulta su localización, y el expediente de pensiones. Pero a pesar de que se hayan pretendido borrar las huellas de Vicente Puig, es posible reconstruir su trayectoria por vía indirecta,
mediante diversos documentos, como las partidas de bautismo de sus hijos y los expedientes de otros militares donde consta su firma, como es el caso de su amigo y padrino de su último hijo, Felipe Saavedra, con quien pasó al regimiento de Voluntarios de Barcelona, de acuerdo al reglamento de marzo, en que se extinguieron algunos regimientos, como el de Voluntarios de Santiago al que ambos pertenecían.
Puede asegurarse que Vicente Puig proseguía en el regimiento de Voluntarios de Barcelona a comienzos de agosto, pero se ausenta de este antes del 27 de dicho mes, asumiendo Felipe Saavedra el mando de una expedición a Francia por ausencia de su coronel que es Vicente Puig.
En el motivo de la ausencia de Vicente Puig pudo influir lo sucedido cuando partió a Francia en 1807 rumbo a Dinamarca, suponiendo toda una odisea su regreso a España. Es lícito que pensara que con siete hijos no podía arriesgar tanto y decidiera marchar a la corte a pedir un nuevo destino más acorde con sus responsabilidades familiares. Tenía derecho además al nombramiento de coronel vivo y efectivo, de acuerdo al reglamento ese año, y estaba en condiciones de aspirar a algo
mejor. Vicente Puig contaba con muchos contactos que podrían ayudarle. Entre ellos, su primo Antonio Puig, que conocía personalmente a Fernando VII. También podría ser una buena influencia el padrastro de su primo, el ilustre general Andrés Pérez Herrasti. A esto se unen buen número de compañeros de Vicente Puig que ocupaban altos cargos. La expedición a Dinamarca reunió a ejército de élite y allí surgieron amistades perdurables para Vicente Puig, con quienes compartió el
honor de recibir en junio de 1815 la cruz de la estrella concedida por el rey al ejército del marqués de la Romana por los extraordinarios méritos contraídos, peligros en la evasión y servicios prestados al retornar a la patria.
¿Cayó Fernando VII presa del deslumbramiento por una inaccesible Gertrudis? En tal tesitura, Vicente Puig hubiera supuesto un obstáculo que convenía alejar. Y eso es exactamente lo que sucede. Vicente Puig pasa a un destino que no corresponde al de su regimiento, y además con bastante premura, pues ni siquiera se aguarda el nombramiento oficial para enviarle lejos de la corte. Es suplido por Antonio Bray, que ocupa su lugar desde 1 de septiembre, mientras que Vicente
Puig es enviado a Pamplona, donde se halla al menos desde 12 de septiembre. En los dos casos no se produce el nombramiento oficial hasta el 24 de octubre. Esto solo puede justificarse mediante órdenes superiores que se saltaran todas las normas y, por tanto, provinieran de palacio, donde se firmaban los reales despachos de estos nombramientos.
Algún motivo debía existir para que se cometiera esta irregularidad en el destino de Vicente Puig. Y de no ser este separarle de Gertrudis con el objeto de dejarla sola en la corte a merced del rey, Gertrudis hubiera acompañado a su marido a este destino improcedente y se hallaría con él en el momento de expirar. Sin embargo, los hechos demuestran que ella no se hallaba con él cuando se quedó embarazada ni tampoco en el momento de la oscura y difícil de explicar muerte de Vicente Puig, la cual queda encubierta gracias al procedimiento de falsificar su defunción.
2.2. Falsificación de la defunción de Vicente Puig
La defunción de Vicente Puig que se incluye en el expediente de viudedad de Gertrudis y que consta como copia del original no se ajusta al original, lo cual supone falsificación de documento oficial, un grave delito ejecutado por especialistas de los que no faltaban a Fernando VII. Cometer tal delito necesariamente conlleva un móvil de ocultación de los datos que se alteran en el original. Esta copia literal se firma once días después del fallecimiento, producido el 1 de noviembre de 1815, y se resume así: …«recibió el sacramento de la Extremaunción, y no los Sacramentos de la Penitencia y Sagrada Comunión, por no permitirlo la gravedad de la enfermedad…» ¿Qué enfermedad era esta que no se mencionaba? Muy repentina para impedir la confesión y comunión indispensables en un moribundo tan fervientemente religioso como él lo era. En el trámite de su viudedad, Gertrudis dice que su marido no faltó al trabajo un solo día, lo cual indica que no padecía
enfermedad alguna. La palabra enfermedad que consta en la defunción hace pensar inmediatamente en muerte natural. Pero la medicina de entonces, aunque precaria, proporcionaba nombres a las enfermedades.
En el Archivo Eclesiástico del Ejército se halla el libro parroquial donde figura la defunción original de la que es copia literal la incluida en el expediente de pensiones. La descripción de la muerte no coincide: «…recibió el Santo Sacramento de la Extrema Unción, y no los de Penitencia, y Sagrada Comunión, por haber sido atacado con un grave delirio, no testó…» Resulta incomprensible que si en el original figura que fue atacado con un grave delirio, en la copia se hable de la gravedad de la enfermedad.
Cualquier cambio es incomprensible, puesto que se comete fraude al hacer constar que es copia del original cuando no es cierto. Una grave enfermedad es algo natural, en tanto que un ataque de un grave delirio es un síntoma cuya causa, entre otras, puede ser envenenamiento. Muy grande ha de ser la necesidad de cambiar este dato y recurrir para ello a una falsificación a espaldas del capellán. La firma de la copia es la del capellán pero el contenido tiene otra letra diferente a la habitual del escribiente del capellán. Esta afirmación se basa en los certificados de bautismo de los hijos de Vicente Puig que este entregó al mismo capellán en septiembre de 1815, y de los cuales se hace una copia el 25 de noviembre de 1815 a pedimento de doña Gertrudis Romero, lo que indica que ella en esta fecha se ha personado en Pamplona para pedirlos, mientras que en la defunción expedida el 12 de noviembre, cuando se supone que debía hallarse en Pamplona, como se pretende hacer creer, no figura que está hecha a pedimento de Gertrudis Romero. Alguien lo hizo por ella. Y ese alguien, valiéndose de alguna gran influencia, pudo acceder al libro parroquial y elaborar una partida falsa utilizando la firma del capellán.
En la partida falsa se comprueban una serie de discordancias con las fórmulas usuales del capellán. Ejemplos de ello: en los siete documentos pedidos por Gertrudis Romero indica concuerda con la original, mientras que en el fraudulento dice es copia de la original. En los de Gertrudis dice «doy esta que firmo:…» y en el fraudulento dice «doy la presente que firmo;…» Se observará también el cambio de dos puntos por punto y coma, que puede parecer una simplicidad, pero que demuestra un hábito difícilmente cambiable. En los siete documentos se escribe quinze mientras que en el fraudulento se escribe correctamente quince. También varía la fórmula para indicar lugar y fecha. Además, y esto es lo más importante: en el fraudulento se indica para la defunción de Vicente Puig un número de folio dentro del libro parroquial que no corresponde al real: se dice folio 24 en lugar del correcto, que es el 49, con lo que se asegura que el documento original no sea hallado caso de buscarse en el libro parroquial.
Las discrepancias del original con la copia del expediente de viudedad indican lo que preocupa a los encubridores. La esencial, como se ha dicho, es disfrazar una muerte producida por un ataque de delirio con la causada por una enfermedad grave. El ataque de delirio, o delirio agudo, aparece usualmente de forma brusca, en el curso de enfermedades febriles o tóxicas con agitación psicomotora, hipotermia y deshidratación. Efectivamente, en el caso de Vicente Puig la aparición es
brusca, puesto que no testa y no recibe los sacramentos. No indicándose una enfermedad febril, como hubiera sido lo usual entonces, cuando eran tan cotidianas las tercianas o las fiebres en general, se colige que queda solo la posibilidad de que el ataque de delirio surja a consecuencia de una intoxicación, y por tanto se requiera aducir muerte natural en la falsificación. Sobre qué pudo intoxicarlo puede hallarse una pista en la clasificación de venenos conocidos a mediados del siglo XIX realizada por los profesores Orfila y Rosell4. En el apartado de venenos narcóticos acres se citan los síntomas agitación, convulsiones, delirio, contracción de la pupila, gritos agudos, pulso pequeño e irregular. Incluyen una gran variedad: raíz de colchico, de enanto, cebadilla, hojas y frutos de belladona, hongos o setas (en plena época en Pamplona, cuando se produce la muerte de Vicente Puig), entre otros.
De haberse hallado presente Gertrudis en el funeral de su marido, sabría que es falsa la asistencia de toda la comunidad que se indica en la defunción fraudulenta y sin embargo no consta en el original. Falsear este dato puede comprenderse como una mentira piadosa para que Gertrudis se consolara por no haber estado presente en el entierro, que por cierto, contraviene la voluntad de Vicente Puig, que en su testamento de 1807 indica: «mando que en cualquier parte muriere, mi cuerpo sea sepultado en la Iglesia o Parroquia de mi residencia sin pompa alguna, o en calidad de pobre».
En el certificado fraudulento también se añade el segundo apellido del padre de Vicente, que no consta en el original. Quien se tomó tantas molestias falsificando disponía de documentos muy personales de Vicente Puig, puesto que el segundo apellido del padre de Vicente únicamente consta en la partida de nacimiento de este. Esta persona tuvo que ser muy próxima a Gertrudis, y para acceder a la parroquia y hacer estos fraudes sin percatarse el capellán, hubo de contar con algún pase especial, por decirlo de alguna manera, para entrar a sus anchas y que nadie sospechara. Los datos de la defunción falsa que se hizo llegar a Gertrudis van en la dirección de que se consuele por no haberse hallado junto a su marido en el momento de su muerte natural.
El 24 de noviembre, doce días después de haber se persona en el domicilio del fallecido coronel Vicente Puig el encargado por el regimiento para instruir el expediente. Según consta en las diligencias, Gertrudis dice que posee una copia de la última patente (o real despacho) del empleo que obtenía su marido. Este real despacho fue firmado en palacio el 24 de octubre de 1815 y no llegó a Pamplona oficialmente hasta más de dos meses después, por lo que era imposible que Gertrudis lo tuviera consigo de haberse hallado junto a su marido y no en palacio. Este desliz en la declaración de Gertrudis que podría levantar sospechas se solventa retrasando el inicio del trámite de viudedad. Algo injustificado, pues el 11 de diciembre ya ha reunido todos los documentos exigidos. Sin embargo, no se presenta la instancia de viudedad hasta el 5 de enero de 1816. En esta fecha llega a Pamplona por vía reglamentaria el real despacho, el cual presenta en lugar del que aseguraba tener y solo podía haberse obtenido en palacio.
Más que el hecho de estar separados físicamente en el momento de la muerte de él, había que ocultar desde cuándo, para poder considerar el embarazo póstumo como un hijo legítimo del matrimonio. Surge así un embarazo de diez u once meses. Así lo afirma Gertrudis en las diligencias el 24 de noviembre de 1815, cuando asegura hallarse encinta de tres a cuatro meses. Tres o cuatro meses de embarazo de acuerdo a estos cálculos marcan el inicio del embarazo a finales de julio o finales de agosto, lo que suma diez u once meses hasta el momento de dar a luz a la niña póstuma, Gertrudis Puig Romero, nacida el 22 de junio de 1816. Fue apadrinada por Pedro Hermosilla, amigo de Vicente Puig que estuvo con él en la expedición a Dinamarca. Desde junio de 1815, cuando fueron condecorados por el rey, pasó al Estado Mayor y permaneció en Madrid, donde es bautizada la niña póstuma en la parroquia de San Sebastián.
Tales fallos en las cuentas no son creíbles en una mujer que ha vivido siete embarazos y está ducha en notar los síntomas iniciales. El inicio de su embarazo tuvo que producirse, de acuerdo a cuando nace la niña, a mediados de septiembre de 1815 como pronto, probablemente después del 12 de septiembre, fecha en que consta se hallaba Vicente Puig en Pamplona. ¿En qué se funda Gertrudis cuando en noviembre de 1815 afirma estar embarazada de tres o cuatro meses, si en realidad lo está de dos meses? ¿Puede ella equivocarse en algo como esto? Es claro que no. Dos meses de embarazo son muy distintos a tres o cuatro, cuando ya se nota lo que una mujer con tantos partos no puede desconocer, resultando imposible tal confusión. Prueba de ello es que dice otra cosa en la solicitud que presenta en palacio el 15 de marzo de 1816, cuando opta al cargo de azafata de la reina.
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Ficha histórica del libro
Edad: Contemporanea
Periodo: Borbones
Acontecimiento: Sin determinar
Personaje: Isabel II
Comentario de "Voces desde el más allá de la historia"
VOCES DESDE EL MÁS ALLÁ DE LA HISTORIA
La autora saca a la luz una historia oculta que vincula a sus antepasados con la familia real española a lo largo de tres generaciones. Por tradición oral sabe que el coronel Federico Puig Romero fue asesinado en el cuartel de San Gil de Madrid en 1866 en presencia de su esposa y dos hijos, uno de ellos, bisabuelo de la autora. Partiendo de ello, realiza una rigurosa investigación que le permite descubrir un pasado oculto y tenebroso, resultando de la unión de Fernando VII y la madre de Federico hermanos comunes para él e Isabel II, progenitores del heredero Alfonso XII.
El asesinato de Federico Puig Romero es silenciado por el estado, hallándose involucrados altos cargos como los generales Prim y Serrano. Fuera de España los borbones desde 1868, la onda expansiva de este asesinato deriva en el surgimiento de la primera república en España. Reinstaurada la monarquía en 1875 con Alfonso XII, se retoma la pista a seguir sobre el vínculo secreto de este monarca con sus presuntos hermanos.
Por sus importantes aportaciones, este libro fue avalado por la historiadora Isabel Burdiel en 2017 para ser presentado en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Valencia.