Y Julia retó a los dioses
Y Julia retó a los dioses
PRIMERA ASAMBLEA DE LOS DIOSES SOBRE EL CASO DE LA AUGUSTA JULIA DOMNA
—Julia es el origen de todos los males. Julia significará el fin de Roma.
Vesta hablaba con vehemencia. Era la líder que había pro- movido aquel cónclave en el Olimpo.
Júpiter escuchaba con cierto aire de fastidio. Temía una nueva división entre los dioses, como ya ocurriera durante la guerra de Troya o la mortífera persecución de Ulises por Neptuno. Y aquellos enfrentamientos resultaron tan agotadores… Júpiter había dejado en el suelo el orbe que solía sostener en la mano derecha y se entretenía en acariciar el cuello de la gran águila que estaba a sus pies. Mantenía el cetro en la mano izquierda para no perder su presencia majestuosa y de poder absoluto ante el resto de las deidades congregadas aquella mañana. Intentaba encontrar un justo punto medio entre indiferencia y porte magno durante la larga soflama de Vesta contra la emperatriz madre del Imperio romano.
—Poco antes de que Julia Domna accediera al poder —continuaba la diosa del hogar, ajena al evidente desaire con el que el dios supremo la escuchaba—, ardió mi templo en el corazón de Roma. Era una advertencia de lo que se nos avecinaba. Es una extranjera y como tal debe ser desplazada del poder de Roma, alejada de allí…, aniquilada. Como hicimos con Cleopatra en el pasado, o con Berenice.
Júpiter suspiró. Las referencias a los finales trágicos de la reina de Egipto que intentó dominar la élite romana a través de sus relaciones con Julio César y Marco Antonio, o de Berenice, la amante del emperador Tito, quien también fue separada del poder de modo abrupto, daban forma a las intenciones de Vesta con respecto a Julia Domna. La diosa del fuego del hogar romano estaba dejando claro qué sentencia anhelaba para la emperatriz: defenestración y muerte.
Júpiter tenía claro que para Vesta el peor delito de Julia Domna era ser oriental, una acusación, no obstante, con la que no habría conseguido llevar muy lejos su ataque contra la emperatriz romana, pero la diosa del hogar había sabido manipular a otros dioses del Olimpo esgrimiendo argumentos adicionales contra Julia: la había acusado también de promover en Roma el culto al dios sirio El-Gabal, una deidad que para los habitantes de aquella región controlaba el sol. Esto, por supuesto, había enfurecido a Apolo, dios del sol romano, que, de inmediato, se puso de parte de Vesta. Y con Apolo, como era habitual, vino el apoyo de su hermana gemela, Diana. Vesta, así, había conseguido el favor de dioses importantes. Pero, además, ya ha- bía llegado al cónclave arropada por las voluntades de todos los dioses indígenas romanos, los dii indigetes, que, si bien eran deidades menores, estaban a favor de la persecución que Vesta quería iniciar contra Julia por el mismo motivo que ella: por considerar a la emperatriz de origen sirio una extranjera usurpadora del poder imperial en Roma. Desde Consus a Flora, desde los dioses Lares a los Manes y Penates, hasta el siempre oscuro Ops, la exuberante Pomona, el misterioso Jano o el viejo Quirino, todas aquellas antiguas deidades romanas estaban de acuerdo con Vesta. El origen ancestral romano de todos estos dioses de menor rango los hacía muy proclives a apartar del poder imperial a una mujer oriental.
Por si esto fuera poco, el nuevo enfrentamiento entre dioses había dado ocasión a que se reavivaran rencillas del pasado: Minerva, la hija de Júpiter, diosa de la estrategia, valoraba enormemente la astucia con la que Julia había llegado al poder durante las guerras civiles de los años anteriores, pero ese posicionamiento de Minerva había hecho que Neptuno se manifestara en contra de Julia. El dios de las aguas tenía todavía mucha rabia acumulada tras su derrota en el enfrentamiento contra Minerva durante la persecución de Ulises. Marte, por su parte, siempre celoso de Minerva, con cuentas pendientes contra la hija de Júpiter desde la guerra de Troya, decidió aliarse también con Vesta y los suyos.
Pero había más dioses.
En el otro extremo estaban, por ejemplo, Juno y Cibeles, siempre propensas a fomentar la unión en la familia, y ambas veían con buenos ojos a una mujer como Julia que promovía una dinastía basada, precisamente, en los lazos familiares y no en las adopciones como la dinastía Ulpio-Aelia-Antonina anterior que había gobernado Roma durante los últimos decenios. Y con Cibeles, como siempre, iba el apoyo de su hija Proserpina.
Por otro lado, Plutón, Vulcano, Mercurio o Baco no tenían decidida su posición, pero, por lo general, no se sentían cómo- dos luchando en favor de una mujer. Así las cosas, Júpiter se mesó las barbas con la mano izquierda y valoró la situación, como si se hiciera un diagrama mental sobre quién estaba a fa- vor o en contra de la emperatriz de Roma.
A favor de Julia |
En contra de Julia |
Minerva Juno Cibeles Proserpina |
Vesta Neptuno Apolo Diana Marte Todos los dii indigetes (Consus, Jano, Quirino, Flora, Pomona, los Lares, Manes y Penates y demás deidades romanas menores) |
Venus guardaba silencio, pero Júpiter intuía que favorece- ría a Julia, mientras que Vulcano, Plutón, Mercurio y Baco ya iban dando muestras, aproximándose al lado donde estaban reunidos Vesta, Apolo y Diana, de que se posicionarían en su contra.
La mayoría de los dioses enfrentados a Julia Domna y clamando contra ella era abrumadora. Pero Julia, por otro lado, no estaba sola, y Minerva ya se había mostrado en el pasado muy capaz de liderar defensas eficaces de otros mortales perseguidos por una o más deidades encolerizadas.
Júpiter suspiró.
Otra guerra entre dioses.
Le había sorprendido que se hubiera iniciado por Vesta, una diosa habitualmente tranquila y cálida que no solía inmiscuirse en contiendas entre deidades, pero al dios supremo le resultaba evidente que Vesta se había lanzado a aquella caza contra Julia porque, de forma genuina, creía que la emperatriz de origen sirio era un peligro para Roma. En cualquier caso, fuera quien fuera el que hubiera dado inicio al conflicto, la guerra entre dioses allí estaba. Y obligación suya era gestionar aquella nueva locura con cierto orden.
Júpiter se pasó ahora la mano izquierda por el rostro y terminó, una vez más, mesándose la barba.
Todos esperaban su dictamen. Tenía que dar una sentencia que diera opciones a los dos bandos enfrentados.
—Sea —inició Júpiter con voz grave y agachándose para re- coger el orbe del suelo y sostenerlo en alto mientras impartía su justicia—. A Julia se la probará hasta en cinco ocasiones. Cinco pruebas mortales tendrá que superar. Si las pasa, se mantendrá en el poder de Roma. Si no supera alguna de ellas…, bueno, van a ser pruebas todas ellas mortíferas. No ha lugar a que os explique cuál será su final.
Se hizo un silencio que Júpiter interpretó como aceptación general a su dictamen. Iba ya a disolver la asamblea cuando Vesta alzó de nuevo la voz:
—¿Y cuál será la primera de esas pruebas a vida o muerte? Júpiter la miró fijamente a los ojos al tiempo que daba su respuesta.
—Coriolano, Bruto, Sejano…
Los dioses no necesitaban más explicaciones: Coriolano abandonó el bando romano para pasarse a los volscos y ayudar- los en sus ataques a la ciudad del Tíber; Bruto se revolvió contra Julio César, su padre adoptivo; el prefecto Sejano conspiró contra el emperador Tiberio. Aun así, para que quedara claro su mandato sin margen de duda alguna, Júpiter calificó su sentencia con una palabra definitiva:
—Traición.
El cónclave celestial, por fin, se disolvió. Juno se acercó a Minerva y le habló al oído.
—Sabes que estoy contigo, que me parece bien defender la familia, en este caso, la familia imperial, pero estamos en minoría. No podremos contra todos.
—Salvé a Ulises, ¿no es cierto? —respondió la hija de Júpiter—. Salvaré a Julia.
Juno negó con la cabeza y apostilló unas palabras ominosas mirando al suelo.
—No veo cómo. No es como con Eneas. Entonces Marte, Neptuno, Apolo o Mercurio estaban defendiéndolo. Ahora los tres primeros están en contra de Julia, y de Mercurio no me fío. Son demasiados.
Minerva sonrió y le murmuró unas palabras al oído.
—Tengo un aliado secreto. No ha venido al cónclave, pero está con nosotras. Te recuerdo que soy la diosa de la estrategia y de la sabiduría.
I
DIARIO SECRETO DE GALENO
Anotaciones sobre Plauciano, jefe del pretorio con Severo
Julia había sobrevivido a la locura y el asesinato de Cómodo. Se las había ingeniado para escapar de Roma durante el débil reina- do del malogrado Pértinax. Acompañó a su esposo, Septimio Se- vero, en el avance de este contra Juliano y, muerto el senador corrupto que había comprado el Imperio, Julia marchó con Se- vero hacia Oriente. La guerra civil contra Nigro fue cruenta, pero el gobernador de Siria fue ejecutado por las tropas de Severo. Julia insistió entonces en no conformarse con el dominio ab- soluto del Imperio. Ansiaba establecer una dinastía y persuadió a su esposo para que elevara al primogénito de la familia, el pequeño Basiano, ya con el nuevo nombre de Antonino, a la dignidad de césar y heredero. Sabía que Clodio Albino, nombrado antes césar por Severo para asegurarse su lealtad durante la guerra contra Nigro, no aceptaría compartir la sucesión con el joven Antonino, pero eso no pareció importar demasiado a Julia. Vino una nueva guerra civil. Julia confiaba en la destreza militar de su esposo. El enfrentamiento llevó a Severo al límite de su capacidad y de sus fuerzas, pero, siempre respaldado por Julia, en particular, aquella larga noche entre los dos días de la brutal batalla de Lugdunum, salió, una vez más, victorioso él y ella quedó como la emperatriz más poderosa que nunca había conocido Roma.
Sin Cómodo, ni Pértinax, ni Juliano, ni Nigro ni Albino, Julia, por fin, lo había logrado: su esposo era el señor todopoderoso del Imperio romano y su hijo Antonino su sucesor y, por si fuera poco, contaban con el pequeño Geta para garantizar la dinastía en caso de que algo le ocurriera al primogénito.
Todo estaba logrado y todo habría sido perfecto de no ser por… el enemigo interno: Severo mantuvo a Plauciano junto a él como único jefe del pretorio y su poder fue creciendo de forma imparable, a la par que su ambición. Plauciano podría haberse conformado con ser el hombre más apreciado por el emperador y disfrutar de la posibilidad de enriquecerse con la aquiescencia del augusto. De hecho, tras la derrota de Albino pensé que el jefe del pretorio aceptaba la victoria absoluta de Julia y que no se atrevería ya a enfrentarse a ella, pero Plauciano quería más. Lo anhelaba todo.
Julia, igual que intuyó la debilidad de Pértinax o la capaci- dad de su esposo para sobreponerse al corrupto Juliano o a las legiones de los gobernadores de Siria y Britania, supo detectar la ambición de Plauciano con nitidez y antes que nadie. Pero esta vez, la emperatriz tenía una dificultad adicional para terminar con el nuevo enemigo: así como el propio Severo supo en- tender que Julia tenía razón respecto a la debilidad de Pértinax o comprendió con rapidez que tanto Juliano como Nigro o Albino eran enemigos, en el caso de Plauciano, el emperador estaba ciego. Para Severo, su jefe del pretorio era ese amigo de la infancia en el que podía confiar plenamente e interpretaba las sospechas de su esposa sobre el prefecto de la guardia como meros celos de mujer hacia un buen amigo del esposo.
Plauciano, por su parte, fue inteligente. Se mantuvo en si- lencio y obediente e inactivo con respecto a sus planes mientras Severo celebraba sus fastuosos juegos en el Circo Máximo. El prefecto empezó su traición con el inicio de una nueva campa- ña militar contra Partia. En la guerra todo es más confuso y sabía que en ese contexto bélico podía enmascarar sus acciones de modos diversos. Alguien tendría que estar muy pendiente para darse cuenta.
La campaña parta pospuso, por enésima vez, mi anhelado viaje a Alejandría. Disponía ya del salvoconducto para consultar todos los libros secretos de la gran biblioteca de Egipto. Estaba más cerca que nunca de acceder a los manuales escritos por Herófilo y Erasístrato sobre las disecciones humanas, prohibidas en mi tiempo, pero realizadas por estos maestros de la medicina siglos atrás. Leer esos libros podría cambiar mi conocimiento de tal forma que afectaría a todo lo que hacía, todos mis métodos, toda mi ciencia…, pero la familia imperial me reque- ría en el séquito que iba a partir hacia Oriente. Era un nuevo retraso en mi búsqueda de aquellos manuales secretos, pero había habido tantos otros impedimentos en el pasado, que uno más no parecía grave. Por otro lado, Oriente me acercaba a Egipto y viajar con la corte imperial era mucho más seguro que navegar por el Mare Internum sujeto a ataques de piratas o a los caprichos de Neptuno. Viajar con la flota imperial por mar y con el ejército de Severo por tierra era el modo más fiable de garantizarse llegar sano y salvo a Oriente. La propia Julia, conocedora de mis deseos de ir a la vieja biblioteca, me prometió que al término de la campaña parta pediría a su esposo visitar Egipto, a lo que se ve un viejo anhelo suyo.
Todo volvía a ponerse en marcha: la lucha por el poder de Roma en paralelo con mi búsqueda de los libros de Herófilo y Erasístrato. Era como si volviéramos al principio. Un segundo inicio. Un comienzo que esta vez tendría un final definitivo que habría de conducirnos a todos al reino de los muertos, claro que… la laguna Estigia se podía cruzar como un miserable o como un héroe, como un mero mortal o como alguien destina- do a ser dios.
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Ficha histórica del libro
Edad: Antigua
Periodo: Imperio Romano
Acontecimiento: Varios
Personaje: Julia Domna
Comentario de "Y Julia retó a los dioses"
En el año 209 muere el emperador Septimio Severo, envenenado por su hijo Geta, en el asentamiento de Éborum, a unos kilómetros del Muro de Adriano en plena Britania cuando preparaba lanzar una campaña militar más al norte, la Expeditio felicissima britannica
Todo parecía que el imperio iba camino de unos años sangrientos por el enfrentamiento entre los dos hijos del emperador muerto, Antonino ( en un futuro Caracalla ) y Geta, pero una mujer Julia Domna, madre de ambos, toma las riendas del asunto para evitar un enfrentamiento que sacudiría el vasto imperio romano
En la primera parte de esta saga, el autor nos presenta a una Julia como una mujer ambiciosa, maquiavélica e infatigable en sus aspiraciones, y así en esta segunda parte incrementa sus atributos para conseguir una estabilidad en el imperio que duró mas allá de su muerte acaecida 7 años después de su esposo, pues su dinastía se extendió hasta el 235
Por primera vez un premio planeta tiene una segunda parte. El autor nos detalla el final de la vida de Julia, en la que encontramos entre otras cosas el inicio de la guerra biológica y a Galeno haciendo frente a una peste de viruela. Además asistiremos a las intrigas que llevan entre si los distintos dioses del Olimpo, en el que unos toman partido a favor de Julia y otros en contra
Entrevista al autor en el Muro de Adriano
Entrevista al autor en «es la mañana de Federico» de esRadio