Linaje Maldito
Linaje Maldito
1
El día había amanecido en Crato con una niebla tan espesa que apenas se distinguía la gran mole de piedra del monasterio de Santa María de Flor da Rosa, perteneciente a la Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta. Rodeado por un largo muro, se alzaba majestuoso en una extensión inmensa de tierras en la región del Alentejo. Frente a su grandiosidad, las pocas casas que constituían la aldea de Flor da Rosa, algunas adosadas al propio muro, parecían minúsculas dependencias del propio monasterio.
A mediodía, con el tibio sol de enero esforzándose por asomar entre los jirones de niebla, los pelados y retorcidos troncos de las vides comenzaron a emerger como grandes muñones de la tierra.
Las figuras de los hermanos se recortaron encorvadas sobre las viejas cepas, pero llevaban allí desde tercia. Los más expertos se aplicaban en el manejo de la podadera, cortando minuciosamente sarmientos y zarcillos; los más jóvenes los recogían y los amontonaban para luego retirarlos en carretillas, antes de que alguna planta enferma de yesca infectara al resto.
Cuando la campana tocó para el rezo del ángelus, se dejó oír por todo el monasterio y llegó hasta las viñas, donde los freires interrumpieron el trabajo y, persignándose, se arrodillaron y rezaron con devoción.
Una vez cumplido con el precepto, volvieron a la tarea.
—Un día, a no faltar mucho, dejaré de sentir las manos y me las cortarán —murmuró frey Tadeo mientras se echaba el aliento en ellas.
—Vamos, hermano, aún le quedan a vuestra paternidad muchos frutos que arrancarles a estas vides antes de quedaros sin manos —comentó sonriente uno de los freires jóvenes al tiempo que recogía un haz de sarmientos.
Frey Tadeo se detuvo un momento con la podadera en la mano y miró hacia los ventanales de la biblioteca. Los hermanos reanudaban también su tarea sentándose junto a las ventanas para aprovechar mejor la claridad del día.
—Se debe trabajar bien con el sol entrando por las ventanas y el brasero calentándote los pies, y no con este frío congelándote los miembros. ¿No predicamos que todos somos iguales? Entonces, ¿por qué unos son caballeros y nosotros sus sirvientes? —preguntó al resto.
Ninguno de los freires le contestó. Ya estaban acostumbrados a sus quejas sobre el trabajo, el frío que pasaban en los campos o lo poco agradecida que se mostraba la comunidad con quienes realizaban las tareas más ingratas como la de cuidar las viñas, aunque luego fueran los primeros en beberse el vino.
—¡Vaya! ¡No sabía yo que habíamos acatado la orden de San Bruno que prohíbe hablar! —añadió burlón al ver cómo los hermanos se afanaban en el trabajo sin contestarle.
—Dios encomienda a cada uno de nosotros una labor, démosle gracias por ello —contestó al fin frey Dionisio, un joven freire que a pesar de llevar poco tiempo en el monasterio era un gran entendido de la vid
—¿Nos lo encomienda Dios o el prior? ¿O, mejor dicho, los caballeros nobles? Estoy cansado, ¿me oyen vuestras paternidades? —preguntó de nuevo, sabiendo, ahora sí, que ninguno contestaría a su pregunta.
A pesar de todo, frey Tadeo siguió podando las últimas cepas, las que llegaban hasta el muro del monasterio. De pronto se quedó con la podadera en la mano y la voz se le ahogó en la garganta. Repuesto del susto, gritó con todas sus fuerzas y los hermanos acudieron raudos en su auxilio. Cuando llegaron, pudieron contemplar horrorizados el cuerpo de frey Andrés, el boticario, semienterrado en un montón de hojarasca.
En la biblioteca del monasterio, los freires dedicados a la restauración y encuadernación de libros, a su copiar y a organizar documentos interrumpieron su trabajo al oír la campana y posaron las rodillas en las frías losas del suelo.
Frey Armando, el encargado de la biblioteca desde hacía años, se apoyó en un pupitre y consiguió casi tocar el suelo con una rodilla. Aún no estaba en la ancianidad, pero los fríos del invierno, decía, se le metían en los huesos y apenas podía caminar apoyándose en frey Eugenio, su ayudante. Había días en que los dolores menguaban y entonces se manejaba solo, pero últimamente parecían no darle tregua.
—Angelus domini nuntiavit Mariae. —Su voz cadenciosa se dejó oír en la estancia.
—Et concepit de Spiritu Sancto —contestaron los freires.
Cuando acabaron la oración siguieron con las rodillas en el suelo, sabían que su maestro aún no había dado por terminado el rezo.
—Líbranos, Señor, del Maligno que acecha en cada rincón de esta casa, en cada rincón de nuestra celda y en cada rincón de nuestro corazón. Haz, Señor, que seamos capaces de reconocerlo si es que habita entre nosotros—dijo levantando la voz y subiendo los brazos al cielo—. Mirad que el diablo ha de meter a alguno de vosotros en la cárcel, para que seáis tentados en la fe.
—¡Líbranos, Señor! —recitaron los freires al unísono.
Dos freires jóvenes se miraron y contuvieron un amago de sonrisa.
—Hermano Miguel, ¿acaso el Maligno os incita a la risa? ¿Acaso se ha encarnado en vuestra persona y se burla de las revelaciones de san Juan? ¿Acaso se ha encarnado en vuestra persona y se burla de la palabra de Jesús? —le reprendió frey Armando con voz potente.
Al aludido se le borró la sonrisa de golpe y un escalofrío le recorrió la espalda; sabía cómo se las gastaba su maestro en las cuestiones relacionadas con el Apocalipsis y con Satanás.
—Pido perdón a vuestra paternidad.
Todos volvieron a su tarea, pero los gritos provenientes de la viña hicieron que acudieran prestos a las ventanas. Desde allí vieron a los hermanos correr despavoridos.
En el palacio del monasterio, la imponente chimenea, alimentada por los sirvientes con grandes troncos de encina, caldeaba la estancia del prior.
Don Luis de Avís, hermano del rey don Juan, era desde hacía unos meses el prior del monasterio más rico de Portugal, pero lo había visitado pocas veces, y cuando lo hacía, acostumbraba a quedarse en el palacio anexo al monasterio. Tenía veintiún años y, a pesar de que se había ordenado como diácono primero y luego como presbítero, sólo estaba dispuesto a cumplir uno de los cuatro votos de la Orden: el de tomar las armas para la defensa de los cristianos; los otros tres, pobreza, obediencia y castidad, aunque tuvo que prometerlos, no tenía intención de cumplirlos. Ya pediría a Dios perdón por ello las veces que hicieran falta.
El sonido de la campana se coló en la estancia donde el prior departía con sus primos frey Duarte de Braganza, administrador del monasterio, y don Alfonso. Al escucharlo, los tres se arrodillaron y rezaron el ángelus. Luego volvieron a sentarse en los sillones fraileros, cerca del hogar, y continuaron con la conversación.
Unos golpes en la puerta los interrumpieron. Un freire joven, alto y fuerte, asomó la cabeza y pidió licencia para entrar.
—¿Me ha mandado llamar vuestra ilustrísima? —preguntó.
—Pasad, pasad, frey Atilio, tomad asiento —dijo el prior haciendo un gesto con la mano para que el recién llegado ocupara el lugar que le indicaba.
El freire entró un poco cohibido, no porque estuviera ante el prior, sino porque nunca olvidaba que este era hijo del rey don Manuel.
—Este caballero es mi primo don Alfonso de Braganza, hermano de frey Duarte. Acaba de sufrir la pérdida de su joven esposa y lo he invitado a pasar unos días en el monasterio.
El caballero saludó con una inclinación de cabeza.
—Espero encontrar entre estos muros el consuelo y la resignación que necesito —dijo don Alfonso.
—Bien, sin más preámbulos, voy a hablar del motivo por el que os he reunido. Ya sabéis que mis obligaciones en Lisboa me impiden pasar todo el tiempo que desearía en el monasterio. Por eso he decidido aliviaros de la carga que os impuse cuando llegué, querido primo. Organizar y administrar este monasterio y atender a sus noventa freires es una tarea demasiado ardua, incluso para vuestra paternidad —dijo dirigiéndose a frey Duarte.
Este le agradeció la deferencia de llamarle «primo» con una leve inclinación de cabeza e intentó tragar el nudo que se le estaba formando desde que frey Atilio había entrado por la puerta.
—Recordad lo que dijo Mateo, ilustrísima: «Mi yugo es llevadero y mi carga ligera» —consiguió decir por fin.
—Os agradezco la disposición, frey Duarte. De todos modos, no debemos abusar del cuerpo. He decidido que vuestra paternidad se ocupe de la disciplina del claustro, seréis el pastor que apaciente al rebaño, por lo que os nombro prior claustral. Y frey Atilio se encargará de la administración y organización del monasterio, será el rector o bailío menor en mi ausencia. Ya sabe vuestra paternidad en la estima que le tengo.
Al nuevo prior claustral se le demudó el semblante, aunque el prior pareció no darse cuenta. Pero lo sabía, como lo sabían todos en el monasterio. Frey Atilio, el hijo de un sirviente que por un azar había podido estudiar junto al hijo del rey en los prestigiosos colegios y universidades, ahora llegaba a lo más alto…Administrar el monasterio más rico del reino, organizar nada menos que el Priorato de Crato, la sede principal en Portugal de la Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta. Frey Duarte de Braganza se esforzó por dibujar una sonrisa en su rostro, pero sólo pudo esbozar una mueca.
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Ficha histórica del libro
Edad: Moderna
Periodo: Austrias mayores
Acontecimiento: Corona de Portugal
Personaje: María de Avis
Comentario de "Linaje Maldito"
SINOPSIS DE EL LINAJE MALDITO
La infanta María de Avís, la mujer más rica de Portugal, agoniza en Lisboa. A la espera de su última hora, rememora su vida, una sucesión de intrigas palaciegas y políticas que frustraron uno tras otro sus compromisos matrimoniales y, sobre todo, su gran historia de amor.
Lejos de allí, en el poderosos monasterio de Santa María de Flor da Rosa, se producen varios crímenes. Las investigaciones de frey Atilio los relacionarán con la muerte de una joven herbolaria y el nacimiento de una niña con una marca en forma de mariposa. Esa criatura crecerá con la familia de un médico judío perseguido por la Inquisición y, tiempo después, se convertirá en la brillante ayudante de Nuno, el boticario, hasta que un Avís se cruce en su camino.
Estas tres tramas, aparentemente desconectadas, van a confluir en una sola en la que todos los personajes aparecerán ligados entre sí por el amor, la ambición, el crimen o la intriga.