Misterioso asesinato en casa de Cervantes
Misterioso asesinato en casa de Cervantes
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DE LA LLEGADA DEL PESQUISIDOR CON QUE DA COMIENZO ESTA VERDADERA HISTORIA
Viernes primero de agosto, pasada la hora de las grandes calores, cuando el sol declina y las sombras se alargan, un joven caballero de gentil talle descabalgó en el patio empedrado de la venta de Palomares, a una legua de Valladolid.
Avisado por un zagalejo, salió el ventero y, advirtiendo por el atuendo y la calidad de la montura que el viajero era persona principal, aunque no se acompañara de criados ni mucho equipaje, le dispensó las zalemas y reverencias que los de su oficio usan con los huéspedes pudientes.
—Pasad, caballero, y mandad lo que gustéis, que en esta casa hallaréis de todo.
—Un aposento que no haya de compartir con nadie —solicitó el caballero.
—Tenemos un cuarto arriba donde vuesa merced se encontrará como en la gloria, sin molestia alguna —dijo el ventero—. El daño está en que es de dos camas y de aquí a la noche otro huésped podría demandar la vacante.
—Yo pagaré las dos de buena gana con tal de que nadie ronque a mi lado — contestó el caballero—. Poned sábanas limpias y subidme agua con la que refrescarme. Y ahora mostradme el camino de las cuadras y acomodaré al caballo.
—Eso puede hacerlo mi zagal —ofreció el ventero.
—Yo sabré hacerlo sin ayuda —objetó el caballero—. Que el zagal traiga un cuartillo de cebada y mirad que no esté vana ni tomada de la roya.
El ventero advirtió que el caballero era más avisado de lo que su poca edad prometía, pues se guardaba de los latrocinios que en las ventas comúnmente se cometen cuando quitan al animal la cebada, en cuanto el amo traspone, y le dejan solo la paja y las granzas.
Apiensado el caballo, el caballero subió a su cuarto, donde ya la ventera le había prevenido una jofaina de agua fresca del pozo con la que, despojándose del jubón, se refrescó el rostro y el cuello. Puesta la jofaina en el suelo, se sentó en la cama e introdujo en el agua los pies que traía recocidos de las botas. En ello estaba cuando regresó la ventera trayéndole un pañizuelo para que se secara y quedó prendada de los pies blancos y delicados del caballero, que más le parecieron de doncella.
Había en la posada mucho trajín de arrieros, por lo que el caballero se hizo servir la cena en su aposento. Una criadita joven le subió una escudilla con más repollo que carnero, que le supo a manjar por los buenos apetitos que la jornada le había despertado, y una jarrilla de aguamiel de la que apenas probó unos sorbos.
Levantado el servicio, el caballero corrió el cerrojo de la puerta, cerró el postigo del ventanuco que daba al campo, dejando tan solo una rayita de luz de luna sobre la tablazón del suelo, acomodó su faltriquera debajo de la almohada y, despojándose de la ropa hasta quedar en paños menores, se echó a dormir sin que a su cansancio importunaran la dureza del colchón de borra, el apresto de las sábanas, la serenata de las chicharras ni las risotadas de los arrieros que en el patio tomaban el fresco entre tientos de frasca, canturreos de borracho y las bromas soeces que entre la gente baja se usan.
Antes de conciliar el sueño, nuestro caballero desdobló un papel y a la luz de una palmatoria leyó, una vez más, la carta de la duquesa de Arjona que lo había puesto en camino, en especial la parte donde decía: «… han acusado de homicidio a nuestro buen amigo don Miguel de Cervantes y lo han encerrado en la cárcel de la corte junto con sus hermanas, su hija y su sobrina. Está tan abatido y apesadumbrado que ni habla ni come, ni parece que quiera seguir viviendo…».
Leída la misiva, el caballero mató la luz y abandonándose al cansancio de la jornada se durmió presto hasta que, bien entrada la mañana, lo despertó el silbato de un capador de puercos que transitaba por el camino real anunciando su oficio.
Bajó el caballero a las cocinas, donde, excusándose de beber el aguardiente que la ventera le ofrecía, desayunó pan tostado en la lumbre con el unto de cáscara de naranja amarga confitada con miel que llaman letuario y, tras satisfacer los haberes del hospedero, reanudó su viaje camino de Valladolid con sobradas ganas de entrar en aquella ilustre ciudad que los forasteros alaban como el más regalado y apacible lugar del mundo.
Estaba fresca la mañana y la pintada pajarería acudía a saludarla con sus trinos en la arboleda que festoneaba el camino. Nuestro caballero, viéndose solo, dio en cantar con fina y armoniosa voz el villancico que dice:
El bajel está en la playa listo para navegar,
¡ay!, quién se quiere embargar.
Acudan a la marina
los que fueren del Amor para quitarles su ardor, pues que la vela se tira al son de esta mi bocina. Os quiero yo pregonar:
¡ay!, quién se quiere embargar…
Así entretenía el camino nuestro caballero y alegraba su joven corazón. Brillaba el sol y a su paso bullía la vida en el ancho mundo. Tan solo lamentaba nuestro viandante que el negocio que lo llevaba a tan gran ciudad y corte del rey de Españas fuera más enojoso que placentero.
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Ficha histórica del libro
Edad: Moderna
Periodo: Austrias menores
Acontecimiento: Siglo de Oro
Personaje: Varios
Comentario de "Misterioso asesinato en casa de Cervantes"
Entrevista al autor en «Objetivo Bizkaia»