Enciclopedia Eslava
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PRÓLOGO
¿Es la historia maestra de la vida?
Venía conversando sobre el tema con mi amigo Amiano Marcelino por la calle Barquillo de Madrid, la de las tiendas de música, cuando una voz femenina preguntó a nuestra espalda:
—¿Me dejáis pasar?
El tono era más perentorio que amable. Le cedimos el paso, claro, y ella pasó de largo por la estrecha acera. En cuanto nos rebasó, le lanzamos un vistazo de tasador al trasero, esa palpación visual, ese sucio hábito machista que los españoles de mi generación hemos heredado de la España gris, zaragatera y triste que nos precedió y que no logramos eliminar del todo a pesar de nuestros denodados esfuerzos.
Era una grácil veintañera tamquam meretrix ornata, o sea, vestida y maquillada con cierta reiteración.
—Debe de ser que llega tarde al botellón —dije. Y añadí—: ¡Oh tempora, o mores! —repitiendo la locución latina con la que Cicerón se lamenta de la mudanza de los tiempos en la primera Catilinaria: «¡Qué tiempos, qué costumbres!».
Se sonrió Amiano.
—Lo creas o no —me dijo—, el botellón no es nada nuevo. Ya existía en mi tiempo.
—¿Es posible?
—¿Qué es el botellón? Una reunión multitudinaria de jóvenes y jóvenas, en plazas públicas, con objeto de beber y escuchar música chunda-chunda. Esa chocante forma de socialización que se suele prolongar hasta la madrugada, cuando los participantes, más borrachos que sobrios, y algunas de las chicas escocidas, se dispersan y regresan a casa para dormir la cogorza, sin que sus progenitores osen molestarlos, hasta la hora del almuerzo, ya existía en Roma. Los ociosos jóvenes se pasaban las noches en las plazas tocando el tambor, se dejaban el cabello largo como los bárbaros (crines maiores), y vestían extravagantemente con chaquetones de piel (indumenta pellium). No les preocupaba el futuro. Unos confiaban en vivir de sus padres hasta que pudieran hacerlo de sus hijos, y otros pensaban vivir de los subsidios estatales, la Annona, la seguridad social romana. Los emperadores se aseguraban la lealtad de la plebe urbana mediante repartos gratuitos de alimentos y con espectáculos públicos, o sea panem et circenses, que hoy vendría a ser seguridad social y televisión, con sus retransmisiones deportivas y sus programas basura. Yo lo denuncié, así como denuncié que la indolencia, la falta de respeto y el hedonismo habían sustituido a las antiguas virtudes romanas, la laboriosidad (industria), la cortesía (comitas) y la austeridad (frugalitas). En fin, dije que todo aquel admirable tinglado milenario de nuestra civilización estaba a punto de ceder y de irse al carajo, pero, naturalmente, no me hicieron caso.
—O sea, que tú no crees que la historia sea maestra de la vida —deduje.
—Nuestro venerado Cicerón la consideraba testigo del tiempo, luz de la verdad, memoria y maestra de la vida, y mensajera de la antigüedad, pero probablemente exageraba. La historia puede ser también una lectura amable que nos hace más cultos y desvía nuestra atención de los asuntos más enfadosos.
—Enfadosos, ¿cómo qué? —pregunté.
—Como esas cabezas de bárbaros que asoman por encima de las bardas de nuestro apacible jardín occidental dispuestos a invadirnos y a arrebatárnoslo todo. Ya lo viví una vez.
En fin, aquí está la lectura amable, querido lector.
1
¿CÓMO LO HACÍAN EN LA PREHISTORIA?
En aquellos remotos tiempos de la Edad de Piedra, nuestros primitivos antepasados, en su adánica inocencia, considerarían el sexo como uno de los escasos placeres que les brindaba la aperreada vida. Es admisible, dada su inmersión en la naturaleza y la desinhibición imperante, que en un principio practicaran la postura del perrito. Más adelante descubrirían que la postura del misionero es igualmente práctica y, además, permite reconocer y mirar a los ojos a la pareja, lo que añade un elemento romántico.
La primera representación de coito frontal español se encuentra en la cueva de los Casares (Guadalajara, entre 23 000 y 13 000 a. de C.). ¿Qué vemos en esta cueva? Un sujeto introduce frontalmente su descomunal pene en una dama de ópimo trasero. Ella parece concentrada en la faena, pero a él se le ve un tanto distraído, dado que vuelve la cabeza para observar el entorno. ¿Teme la súbita aparición de algún rival, quizá con mayores derechos a la cohabitación con la dama objeto de su solicitud? Si se trata de eso, como nos es lícito sospechar, estamos ante un documento sociológico de excepcional importancia que nos muestra la venerable antigüedad del matrimonio y la consecuente aparición del triángulo amoroso, del sentimiento de culpa y de la cornamenta. Es fácil imaginar el contexto: mientras el sufrido esposo ha salido a cazar por esos montes de Dios a fin de mantener a la exigente esposa, el otro se refocila con ella y quizá le engendra un hijo como el cuco parásito que pone los huevos en nido ajeno para que un memo le críe la progenie.
Otros grabados de la cueva de los Casares representan a una mujer embarazada (¿consecuencia de la escena anterior?), una Venus paleolítica de abultado vientre, la típica representación de la fecundidad, y una gran cantidad de vulvas abultadas y prestas, más que en un concierto del Sabina.
Todo induce a pensar que allí se celebraban ritos de fertilidad. ¿Eran estas cuevas picaderos sacros en los que se ayuntaban hombres y mujeres? ¿Eran esos casquetes votivos el modo que tenían de rezar, por así decirlo, o de honrar al numen del lugar o a la divinidad?
No es para tomarlo a chacota. Probablemente se trate de eso. Tenemos motivos de sobra para pensar que en la remota prehistoria el fornicio fuera cosa santa y transida de espiritualidad trascendente. De hecho, esta sacralización del acto se prolonga hasta etapas históricas con la prostitución sagrada de distintas culturas.
Parece que el sexo lúdico representaba un papel importante entre los esparcimientos de aquella sociedad primitiva todavía desprovista de radio, partidos televisados, bares, reuniones sociales y todos esos pasatiempos que hoy nos distraen del débito conyugal.
En los miles de años de evolución cultural de nuestros primitivos ancestros, lo que sobraba era tiempo para idear y experimentar nuevas sensaciones. En los grabados paleolíticos europeos existen indicios de prácticas masturbatorias, bondage, voyeristas (en una placa grabada de Enlene, Francia) y de sexo oral
Ítem más, las escenas zoofílicas abundan en el arte paleolítico portugués, pero el español tampoco se queda atrás: en Solana de las Covachas (Nerpio, Albacete), cinco mujeres «tocan a ciervos machos de pobladas cuernas»; en Abrigo Grande (Minatea, Hellín, Albacete), varios arqueros «se superponen a ciervos»; en Arroyo Hellín (Chiclana de Segura, Jaén), un ciervo se relaciona con una pareja humana en un contexto «de connotaciones eróticas».
Es posible que parte de los rituales consistieran en el apareamiento del jefe o del sacerdote con el animal totémico (una yegua, una cerda), representativo de la divinidad, y que este animal fuera luego sacrificado y comido por la comunidad en una especie de banquete ritual.
Se ha sugerido que ciertos artefactos en forma de pene, bruñidos, lisitos, con el extremo redondeado, son consoladores, lo que nos plantea un interesante dilema: ¿existían ya, en aquellos remotos tiempos, mujeres desconsoladas?
Quizá solo los empleaban para la desfloración ritual. Algunos pueblos primitivos actuales los siguen usando para ese fin.
El consolador más antiguo conocido (de hace 28 000 años) se halló en la cueva de Hohle Fels (Ulm, Alemania). Es de piedra pulimentada y mide 20 centímetros de longitud por 3 centímetros de grosor, y presenta el fuste y el glande perfectamente delimitados.
Estos instrumentos suelen figurar en algunos museos con la indicación «Bastón de mando», que no compromete a nadie. Pura poesía, si uno se para a pensarlo.
2
LA TORRE DE BABEL
Cambiemos de tercio. El tema religioso nos lleva necesariamente a la Biblia. Los que hemos crecido a la sombra del libro santo a menudo nos hemos formulado una pregunta: ¿dónde demonios estuvo la famosa Torre de Babel, aquel rascacielos ancestral que levantaron los descendientes de Noé para alcanzar las moradas celestes?
Existen varias candidaturas, casi todas en el entorno de Mesopotamia, aquella región donde florecieron y se desarrollaron las primeras culturas; hoy, debido a la mudanza de los tiempos, triste exportadora de barbaries y fanatismos.
En una región remota del noreste de Siria, cerca del triángulo de río Khabur y de la aldea de Tell Brak (probable lugar de la antigua ciudad de Akkad), en medio de una extensa llanura roturada por explotaciones agrícolas, se levantan las probables ruinas de la torre de Babel, un tell o difusa colina que, examinada de cerca, resulta ser un informe montón de ladrillos carcomidos por el tiempo.
Hoy se acepta que la leyenda bíblica de la torre de Babel se inspira en uno de aquellos zigurats que los hebreos encontraron en la región mesopotámica.
Zigurat: edificio de origen sumerio y asirio consistente en una pirámide escalonada de base cuadrada y muros inclinados que tiene en su cúspide un santuario, al que se accede a través de una serie de rampas. Se calcula que a lo largo de Mesopotamia debieron de existir unos treinta, quizá más. Se han conservado mal debido a los expolios de que han sido objeto al utilizarlos durante más de dos milenios como cantera para extraer materiales de construcción.
Recordemos la historia bíblica: después de que Yahvé castigara a los hombres con el Diluvio Universal, los descendientes de Noé, el del arca, «en su marcha hacia Oriente encontraron una llanura en la tierra de Senaar y se establecieron allí» (Génesis, 13: 1, 2).
Los hebreos, pueblo de pastores, debieron de apartarse poco de las riberas del río Éufrates a lo largo de las cuales se alzaron las grandes ciudades de la civilización mesopotámica: Sumer, Akkad, Uruk y Babilonia. Es posible que, al ver aquellos zigurats, pensaran en construirse el suyo, dedicado a Yhavé o, preferentemente, al Dios más placentero y menos celoso al que adoraban aquellos pueblos culturalmente más avanzados. El caso es que Yhavé, que todo lo ve, se lo tomó muy a mal y decidió castigar la soberbia de su pueblo: «confundamos su lengua, de manera que no se entiendan unos con otros» (Génesis, 11: 7). Eso hizo, sembró toda clase de lenguas en los constructores, y como no se entendían (uno decía pásame el palustre y el compañero le tendía una esportilla), no hubo manera de avanzar la obra. Al final la abandonaron inconclusa «y se dispersaron por toda la tierra».
Si la torre de Babel era realmente un zigurat, el observatorio-templo de las paganas religiones babilónicas, se entiende el enfado del Dios de Israel. No quería que su pueblo apostatara para pasarse a la, sin duda, más atractiva religión de los babilonios.
Se ha especulado bastante sobre la altura de los zigurats. El edificio supuestamente inspirador de la torre de Babel tiene como base un cuadrado de 90 metros de lado. Teniendo en cuenta la resistencia del suelo arcilloso de la zona y el peso del adobe utilizado, el historiador Juan Luis Montero, de la Universidad de La Coruña, cree que la torre podría alcanzar unos 60 metros de altura (seis terrazas de 48 metros de altura total más un templo de 12 metros en la cúspide). No está muy claro si el camino de acceso a ese templo, de unos tres metros de ancho, discurriría por rampas en zigzag o en espiral. Un edificio de esas características estaría compuesto de unos 25 millones de unidades de adobe y ladrillo que supondrían unas 400 000 toneladas de peso, el máximo que los materiales y la base podrían soportar sin colapsar.
El caso es que la pirámide escalonada es una construcción común a varias culturas muy diferentes: además de las mencionadas en Mesopotamia, las hay en la India, en Egipto y hasta en la América precolombina. Las funciones de estas construcciones eran religiosas: morada de los dioses o escalera para ascender hasta ellos, además de panteones reales.
Los zigurats mesopotámicos pudieran haber inspirado a los egipcios sus pirámides. De hecho, la primera pirámide, obra del arquitecto Imhotep, en Saqqara, hacia 2700 a. de C., era escalonada como un zigurat.
Un siglo después de la pirámide de Saqqara, el faraón Snefru completó una pirámide escalonada que había heredado de su antecesor y rellenó las siete gradas hasta darle la apariencia piramidal que en adelante caracterizaría a los monumentos egipcios.
3
EL HOMBRE DE PILTDOWN
Cuando, en 1859, Charles Darwin publicó su teoría de la evolución, el mundo académico se dividió en dos bandos: los que, fieles a la Biblia, defendían que Dios creó al hombre totalmente evolucionado (Adán y Eva) y los que, aceptando las teorías de Darwin, apoyaban la evolución, es decir, que el hombre desciende del mono, según se enuncia en términos simplistas. Hoy tal polémica es una anécdota del pasado, puesto que toda la comunidad científica acepta que Darwin tenía razón, pero por aquel entonces las cosas no estaban tan claras.
En 1912, un abogado y agente de la propiedad inglés aficionado a la arqueología, Charles Dawson, realizó un descubrimiento sensacional en unas terrazas fluviales cercanas a su casa: una mandíbula enorme y simiesca que encajaba perfectamente en un cráneo humano.
La prensa echó las campanas al vuelo: se había descubierto, precisamente en Inglaterra, el eslabón perdido, el estadio intermedio entre el hombre y el simio, lo que demostraba el acierto de las teorías evolucionistas. Se calculaba que el cráneo del Eoanthropus Dawsoni (así llamado en honor a su descubridor), tenía una antigüedad de, al menos, 900 000 años. Poco después aparecieron en el mismo yacimiento las toscas herramientas de piedra que usaba el simpático homínido.
Nadie prestó atención a la débil voz de un catedrático de anatomía de Oxford al que aquella mandíbula le parecía de chimpancé, aunque el resto del cráneo perteneciera, evidentemente, a la especie humana.
Otros argumentaban que a la mandíbula le faltaban los colmillos y, en esas circunstancias, no se podía asegurar que fuese humana, dado que la diferencia esencial entre la mandíbula humana y la simiesca radica precisamente en los colmillos. Fue providencial que, al año siguiente, el paleontólogo y filósofo jesuita Teilhard de Chardin encontrase en Piltdown un flamante colmillo de Eoanthropus que
«tanto práctica como teóricamente se adaptaba exactamente a la mandíbula y venía a representar una fase de transición en el paso del modo de morder del mono al modo de morder del hombre».
El Eoanthropus Dawsoni conquistó su puesto en la galería de grandes hallazgos científicos. Dawson recibió distinciones honoríficas y vio su fotografía y la de su descubrimiento reproducidas tanto en publicaciones científicas como en revistas mundanas. Un breve baño de gloria, cierto es, puesto que falleció a los cuatro años. Y, cosa extraña, después de su fallecimiento cesaron los hallazgos en Piltdown. Sus colaboradores siguieron excavando durante un tiempo, pero sin resultado, así que, decepcionados, abandonaron la empresa. Pero ya Piltdown había conquistado un lugar en los textos científicos y en los manuales de las escuelas.
Pasó el tiempo y la tecnología avanzó lo suficiente como para confirmar plenamente el fraude. El dentista y antropólogo A. T. Marston, al que el famoso colmillo nunca había convencido, consiguió en 1949 que el cráneo de Piltdown fuese sometido a examen por radiocarbono. La superchería resplandeció como un sol de mayo: el famoso cráneo era falso, una «tergiversación irresponsable e inexplicable que no tiene parangón en la historia de la paleontología». El cráneo no tenía 900 000 años, ni siquiera 500 000, como creían otros, sino, como mucho, 50 000, que es la edad del Homo Sapiens. Además, la mandíbula resultó ser, en efecto, de orangután o chimpancé, aunque había sido hábilmente limada para que encajase en el conjunto y luego envejecida con bicromato potásico.
El escándalo creció, si cabe, cuando un examen exhaustivo de las pruebas involucró en la falsificación al mismísimo Teilhard de Chardin, el famoso paleontólogo y avispado jesuita. Resulta que los huesos de hipopótamo y elefante hallados en el mismo nivel del hombre de Piltdown que ayudaron a fechar el conjunto procedían de Malta y Túnez, donde Teilhard había excavado con anterioridad. El epistolario del sabio jesuita no dejaba lugar a dudas. Una carta suya anterior a 1914 relata el hallazgo del segundo hombre de Piltdown que solo fue descubierto oficialmente en 1915.
A estas alturas, todavía se discute el número y calidad de los cómplices de Dawson. Uno de los implicados pudo ser Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes.
4
¿FUIMOS CANÍBALES?
Hasta en las mejores familias hay tachas o esqueletos en el armario, como dicen los ingleses, que de eso saben un rato largo.
La especie humana, en su penosa evolución, incurrió en el canibalismo, como enseguida veremos. Bueno, primero unas notas sobre el origen del hombre, para complemento de lo dicho más arriba.
¿Desciende el hombre del mono? Maticemos: no es que descienda del mono directamente, sino que el mono y el hombre descienden de un tronco común, o sea, somos primos lejanos. Hubo un tiempo, hace millones de años, en que todavía no había hombres ni monos; había homininos (homínidos bípedos). De ese tronco ancestral partieron multitud de brotes, de los que los únicos vivos actualmente somos los seres humanos y los chimpancés.
Los primeros fueron los Australopithecus, que habitaban las sabanas arboladas del este de África hace entre 4 y 2,5 millones de años (a esta familia pertenece la famosa Lucy). Uno de ellos, el Australophitecus afarensis, tenía un cerebro de unos
500 centímetros cúbicos, apenas la cuarta parte del hombre actual. A partir de él se desarrollaron, a lo largo de millones de años, varias familias de Australopithecus, entre ellas la de los Homo, de los que descendemos. La única que perduró fue el Homo habilis, o «ser humano diestro», hace unos dos millones de años, mes arriba mes abajo. Este era ya un hombre hecho y derecho, a pesar de su aspecto simiesco. Su aventajado cerebro (de unos 700 centímetros cúbicos) le permitía servirse del fuego y hasta fabricar toscas herramientas de sílex o cuarzo, con filo cortante.
No era fácil la vida del Homo habilis. Al evolucionar se hizo omnívoro. Vagaba por la sabana devorando todo lo que le venía a mano: raíces, frutos, tallos tiernos, huevos, larvas, lagartos… ¿Se imaginan lo hambreado que debía de estar el primer hombre que comió percebes? No le hacía ascos a nada, por repugnante que pareciera, ni siquiera a los cadáveres, porque el cuitado era todavía mal cazador y tenía que contentarse con la carroña que abandonaban los félidos de grandes colmillos y otras fieras que señoreaban la llanura. También él era, a menudo, víctima de estos terribles predadores.
Del Homo habilis se derivaron, por anagénesis, las sucesivas especies posteriores: el Homo erectus, el Homo antecessor y el Homo sapiens. Los más antiguos homos, hace unos 1,6 millones de años, eran fornidos, de hasta 170 centímetros de estatura y, a pesar de sus facciones bestiales, alcanzaban un setenta por ciento del cerebro del hombre actual (o sea, entre 850 y 1250 centímetros cúbicos). Se extendieron paulatinamente por África y pasaron a Asia y a Europa hace 1,5 millones de años. En la sierra de Atapuerca, cercana a Burgos, han aparecido restos de un ancestro del Homo antecessor de hace 1,2 millones de años. Del antecessor derivaron las dos especies que se extendieron por Asia y Europa, el Homo neandertalensis y el Homo sapiens.
El Neandertal era un cachas que, sin duda, habría encontrado trabajo como portero de discoteca: esqueleto robusto, aunque algo achaparrado, musculoso, una mandíbula enorme, aunque desprovista de mentón, y una frente en visera sobre los ojos; o sea, cara de bestia, lo que no quiere decir que fuera tonto. Su cerebro era parecido al nuestro, e incluso algo mayor, lo que no deja de causar perplejidad. Su origen no está muy claro. Algunos opinan que es una especie de híbrido, entre el erectus y el sapiens.
El Neandertal era un sujeto de reposadas costumbres que cualquier madre hubiese aceptado como yerno: sepultaba a sus muertos, cuidaba a sus enfermos y fabricaba con esmero herramientas de piedra. Lo malo es que no le hacía ascos a nada y también, cuando se terciaba, practicaba el canibalismo.
Calma. No me tuerzan el gesto: aunque los neandertales evolucionaron en Europa, no son nuestros remotos antepasados.
Entonces, ¿de dónde procedemos los europeos actuales? De África, querido lector. Incluso los arios alemanes vienen de allí, de la especie Homo sapiens. En Etiopía se han encontrado restos del sapiens de hace unos 150 000 años. El hombre de Cromañón es un Homo sapiens de origen africano que llegó a Europa hace unos 40 000 años y se encontró aquí con el Neandertal. Durante algunos miles de años coexistieron las dos especies, pero el Cromañón, más listo, fue arrinconando al Neandertal, más torpón, que acabó por extinguirse. Ley de vida, dirán algunos.
¿Por qué no se fusionaron mediante casamientos mixtos? Vaya usted a saber. Parece que procuraban evitarse. ¿Se agredían? Es posible. De hecho, se ha sugerido que quizá los cromañones se comieron a los neandertales.
O sea, los refinados cromañones, que, estos sí, son nuestros antepasados, también nos salieron caníbales. ¿Existe una explicación racional que los exculpe?
Veamos. El hombre se ha desarrollado sobre el resto de los animales gracias a su cerebro mejor dotado. Ese cerebro ha ido creciendo con el tiempo en tamaño y complejidad. Pero a ese cerebro cada vez más perfeccionado había que alimentarlo con ácidos grasos omega 3 (sí, el de los pescados azules y las nueces). El problema era que en la última glaciación, hace 50 000 años, en una Europa tan helada como la Siberia más siberiana, escaseaban los nutrientes ricos en omega 3.
Los inviernos duraban diez meses y la caza más abundante, el reno, es deficitario en omega 3. Sin el aporte del precioso ácido graso, tan necesario para el buen funcionamiento del corazón y la reducción de placas en las arterias, el hombre estaba condenado a extinguirse o a evolucionar negativamente. ¿Qué hacer? Do fuir?
Forzados por la situación, y guiados por un instinto de supervivencia, que probablemente tenían más aguzado que nosotros, incurrieron en el canibalismo. ¿Por qué? Porque la mejor fuente de DHA que existe es el cerebro humano.
El cerebro humano contiene casi veinte veces más cantidad de ácidos grasos que el de los animales disponibles en la última glaciación. La opción estaba clara.
Era cuestión de supervivencia. Recurrieron al canibalismo y estuvieron comiéndose a sus semejantes hasta que la glaciación comenzó a ceder, hace unos 12 000 años, lo que permitió la aparición de una mayor variedad de alimentos, algunos de ellos ricos en ácidos grasos. Pasado el apuro, el canibalismo fue desapareciendo, y este es el día en que solo lo practicamos por trastorno mental o por mera supervivencia (hambrunas, naufragios, etc.).
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Ficha histórica del libro
Edad: Varios
Periodo: Varios
Acontecimiento: Varios
Personaje: Varios
Comentario de "Enciclopedia Eslava"
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