La España extraña
La España extraña
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GEOGRAFÍA MARIANA
(Lo importante es el lugar)
Toda leyenda contiene un poso de verdad. Por lo general, éstas enmascaran los esfuerzos de nuestros antepasados por comprender hechos que les parecieron extraordinarios. En todo el mundo se repiten los grandes temas mitológicos: «elegidos» nacidos de vírgenes, avatares que mueren y resucitan, profetas que regresan del más allá trayendo consigo un tiempo nuevo, anunciaciones, juicios o avisos sobrenaturales. Y una de dos, o nos enfrentamos a la memoria atávica de nuestros antepasados, que recogieron en esas historias hechos que sucedieron realmente, o nuestra especie participa de una suerte de psique común que crea los mismos relatos fundamentales para explicarse los enigmas de la existencia.
Nuestro viaje no comienza en una remota isla de la Polinesia, ni tampoco en medio del Amazonas, en el corazón de alguna tribu perdida de cultos exóticos. No. Levamos anclas en las riberas navegables del río Ebro, en plena península Ibérica, en el siglo 1 de nuestra era. ¿Qué ocurrió por aquel entonces en la antigua ciudad de Zaragoza para que allí se gestara uno de los mitos más fascinantes de nuestra historia? ¿Fueron sus vecinos testigos de un hecho extraordinario o meras víctimas crédulas de una leyenda?
Nos referimos, claro está, al episodio que la cristiandad tiene por la primera aparición de la Virgen.
Ocurrió cerca de donde hoy se levanta la impresionante basílica barroca del Pilar, a orillas del río Ebro, y tuvo como protagonista al apóstol Santiago. El mismo al que ciertas tradiciones identifican como hermano y primer líder de la iglesia de Jesús. Curiosamente, la aparición en el Pilar es de las pocas reconocidas por la Iglesia católica. Y aunque las lagunas que la rodean son notables, su aceptación se debe a que el hecho se produjo en un momento «estratégico»: el de la difícil expansión del cristianismo en Europa tras la muerte de su fundador.
Según los piadosos relatos que refieren el caso, todo sucedió cuando el apóstol Santiago se encontraba ya al borde de la desesperación ante las pocas conversiones que obtenía en la península Ibérica. Pero hasta eso, como veremos, es una verdad a medias.
A fecha de hoy, no existe ni un solo dato fiable que confirme la presencia de Santiago en España, y mucho menos que avale que María se manifestara al Apóstol en Carne y hueso, pues ésta, por increíble que nos parezca, todavía vivía en Palestina en esa fecha. Y es que, si la cronología aportada por la tradición es correcta, en el año 40 d. C. la Virgen no sólo no había muerto aún (ni, por tanto, había ascendido a los cielos transportada por los ángeles), sino que contaba con unos cincuenta y cinco años de edad y vivía protegida por algunos de los seguidores de su hijo.
Pero, entonces, ¿qué sucedió en Zaragoza?
¿Acaso no sería más preciso hablar de «bilocación» —el don de estar en dos lugares a la vez— y no de «aparición» en lo que a este particular episodio se refiere?
Y si María de Nazaret se bilocó, o alguien la trasladó hasta allí superando los más de tres mil trescientos kilómetros que separaban su residencia en Tierra Santa de la hoy capital aragonesa, ¿con qué propósito lo hizo?
Zaragoza, lugar de contacto celeste
La leyenda pilarista nos ofrece un excelente indicio: asegura que María se apareció a Santiago rodeada de un coro de ángeles que se encargó de su traslado. Sin pérdida de tiempo, a su llegada a destino la Señora manifestó al Apóstol que quería erigir un templo en aquel preciso lugar, junto al Ebro, e hizo que tanto su imagen — dicen que retrato exacto de la madre del Mesías— como la columna o pilar de piedra que da nombre a su advocación, fueran descendidas del cielo por dichos ángeles como prueba incontestable de su visita.
El verdadero Pilar de Zaragoza, la piedra-reliquia que se cree que dejó allí la Virgen, se muestra a los fieles a través de un pequeño ventanuco. Es otra «piedra sagrada» que sigue la tradición de rocas tan veneradas como la Kaaba, en La Meca.
Para nuestra desgracia, no se escribió ninguna crónica contemporánea al suceso. Ningún reportero de hace veintiún siglos cubrió la noticia, ni tampoco el propio testigo presencial dejó constancia de su encuentro en negro sobre blanco. Para nuestra desazón, el relato más antiguo del que disponemos fue labrado sobre el sarcófago de santa Engracia, que se conserva en Zaragoza desde el siglo Iv, tres siglos después de los hechos. Uno de sus bajorrelieves representa el descenso de la Virgen anteSantiago. Pero ¿qué certeza tiene esta prueba?
Lo peor, sin embargo, es que hasta el siglo XI no se consignó por escrito esta aparición. Se hizo en el códice de Las Moralia in Job, de Gregorio Magno (hoy en el archivo de la basílica del Pilar). Éste es el primer documento que menciona el nombre de santa María del Pilar y que narra las peripecias del Apóstol que más tarde dará pie al celebérrimo Camino de Santiago. El texto dice así:
Pasando por Asturias, llegó con sus nuevos discípulos, a través de Galicia y de Castilla, hasta Aragón, el territorio que se llamaba Celtiberia, donde está situada la ciudad de Zaragoza, en las riberas del Ebro. Allí predicó Santiago muchos días y, entre los muchos convertidos, eligió como acompañantes a ocho hombres, con los cuales trataba de día del reino de Dios y, por la noche, recorría las riberas para tomar algún descanso…
En la noche del 2 de enero del año 40, Santiago se encontraba con sus discípulos junto al río Ebro cuando oyó voces de ángeles que cantaban Ave, María, gratia plena y vio aparecer a la Virgen Madre de Cristo de pie sobre un pilar de mármol. La Santísima Virgen, que aún vivía en carne mortal, le pidió al Apóstol que se le construyese allí una iglesia, con el altar en torno al pilar donde estaba de pie y prometió que «permanecerá este sitio hasta el fin de los tiempos para que la virtud de Dios obre portentos y maravillas por mi intercesión con aquellos que en sus necesidades imploren mi patrocinio».
En cuanto a los datos aportados por varios visionarios y místicos siglos más tarde, poco o nada aclaran la naturaleza última de aquella aparición. Ése es el caso de lo que refiere la monja de clausura soriana María de Jesús de Ágreda en su narración sobre la peripecia de la Virgen, dentro de su libro Mística Ciudad de Dios (1670). Ese volumen, que fue una de las bases documentales para el largometraje de Mel Gibson La Pasión de Cristo (2004), daba cuenta de algunos detalles jamás comentados antes. Según ella, fue nada menos que el propio Jesús quien eligió Zaragoza como destino de la primera aparición de su madre:
Estando un día la Santísima Virgen orando por Santiago, se le presentó su Divino Hijo en persona y le dijo: «Quiero, Madre Mía, que vayas a Zaragoza, donde está ahora Santiago, y le ordenes que vuelva a Jerusalén, y, antes que parta de aquella ciudad, edifique en ella un templo, en honra y título de vuestro nombre, donde seáis venerada e invocada para beneficio de aquel Reino, y beneplácito vuestro y de nuestra beatísima Trinidad. Madre Mía, en quien se complace mi voluntad: yo os doy mi Real Palabra de que miraré con especial clemencia y llenaré de bendiciones de dulzura a los que con humildad y devoción vuestra me invocaren y llamaren en aquel Templo, por medio de vuestra intercesión».
Aunque la jornada se pudo hacer en brevísimo tiempo, ordenó el Señor que fuese de manera que la Purísima Madre, en manos de serafines y acompañada de ángeles, formando coros de dulcísima armonía, viniesen cantando a su Reino loores de júbilo y alegría, y mientras unos ángeles traían una columna, otros ángeles portaban con gran veneración una imagen de la Reina del Cielo.
De esta versión se deduce algo importante para la época: que Dios tuvo un gran interés por dejar constancia de su paso por aquel enclave, pues además de hacérselo saber a sor María de Jesús de Ágreda con dieciséis siglos de retraso (ya se sabe, para el Altísimo no existe el tiempo), se lo comunicó también a fray Domingo de Urzola, un carmelita muerto en olor de santidad, a quien dicen que se le apareció la Virgen sobre el mismo Pilar para hablarle en estos términos: «Este lugar, mi Hijo y Yo lo hemos visitado y visitamos muchas veces, teniendo particular protección de esta mi ciudad».
Las Vírgenes «de la marca»
¿Qué lección puede extraerse de esta leyenda?
Analicemos la cuestión: parece que su interés profundo reside en la validación de Zaragoza como lugar elegido. Este tipo de selecciones divinas eran habituales en el pasado precristiano de Europa, pero hasta hace poco tiempo los expertos creían que obedecían a cuestiones arbitrarias, sin fundamento alguno. No es así. La perspectiva sobre los lugares «sagrados» cambió en la década de 1980 cuando se descubrió que muchos antiguos emplazamientos megalíticos (después cristianizados y usados como cimientos de nuevas iglesias) marcaban enclaves en los que existían variaciones en el campo magnético de la Tierra. La existencia de corrientes de agua cercanas, y hasta de fallas geológicas próximas, llegaba incluso a alterar la intensidad del campo gravitatorio, dando pie a toda clase de anomalías de la percepción.
Lo más curioso es que esta clase de alteraciones no son permanentes sino que, según expertos como Paul Deveraux, tienen que ver con la proximidad de la Luna y su correspondiente influencia gravitatoria sobre la Tierra, e incluso la que ejercen otros cuerpos planetarios próximos a nosotros. La variedad de efectos descubiertos por Deveraux y sus colegas (agrupados bajo un programa de investigación llamado «Proyecto Dragón») abarcaba desde la detección de determinados sonidos de baja frecuencia emitidos por las piedras del lugar hasta la aparición de luces extrañas en los alrededores, posiblemente de origen geológico.
¿Descubrieron nuestros antepasados que el enclave sobre el que hoy se erige la basílica del Pilar en Zaragoza era uno de estos lugares especiales? ¿Acaso no decidieron «marcarlo» acuñando relatos milagrosos para explicar a su manera las recurrentes visiones de las personas de extrema sensibilidad que acudían al lugar, como fray Domingo de Urzola? Pero queda otra cuestión no menos intrigante: ¿quién indicó a nuestros antepasados la ubicación de esos enclaves?
Otra leyenda con poso de verdad nos proporcionará más pistas.
Más que piedras
Después de aquella primera visita a España, la Virgen repitió su viaje, y esta vez a bordo de una «barca de piedra». Sucedió en Muxía (La Coruña), a más de ochocientos kilómetros de Zaragoza, donde el venturoso Santiago la vio por segunda vez. Su descenso todavía se conmemora hoy en el santuario de la Virgen de la Barca, y la leyenda asegura que la misma Virgen, en cuerpo mortal, volvió a confortar durante su ardua predicación a los galaicos irredentos.
En Muxía, el visitante todavía puede ver los restos de la pretendida barca pétrea en las inmediaciones de la iglesia o santuario del siglo XVII y, en especial, los de su cuerpo central, vela o quilla —nadie se pone de acuerdo sobre a qué parte corresponden los riscos—, de 9 metros de largo, más de 60 toneladas de peso y que recibe el nombre de «Pedra d’Abalar».
Dicen que esa roca de aspecto plano y alargado se mueve y emite un leve sonido, pero sólo cuando se le encarama alguien que no alberga pecado. La piedra abaladoira tiene, además, otras curiosas utilidades, como la de curar la esterilidad si se emplea como cama. «A la piedra de abalar van dos y vuelven tres», reza un refrán que habla de sus capacidades potenciales. Muchos lugareños lo creen así: nada tan fácil como tumbarse encima de la roca para que el asunto quede resuelto. Pero la piedra abala cuando quiere, y siempre que lo hace, presagia una desgracia. Lo malo es que en diciembre de 1978 una tormenta la trasladó de lugar y desde entonces ni se mueve ni abala. Tampoco su «quilla», allí llamada «pedra dos Cadrís», conserva ya sus otrora famosas propiedades curativas: aliviaba y hasta curaba las dolencias renales (males del riñón, reuma y lumbago), siempre después de realizar a su sombra un concreto ritual que no era otro que el de pasar nueve veces por debajo de ella. O te curaba los dolores reumáticos o te llevabas un lumbago casa, ya que la posturita se las traía.
La moraleja es clara: son las piedras (en este caso sacadas de la barca pétrea de la Virgen) las auténticas protagonistas de estas historias. Bien sea la columna rocosa del Pilar o la quilla de Muxía, poco diferencia estas masas de piedra de sus homónimas británicas, mucho mejor estudiadas que éstas a las que nos referimos y que también han dado pie a toda clase de leyendas. En el condado de Devon, por ejemplo, los miembros del ya citado Proyecto Dragón constataron cómo determinadas personas afincadas en las inmediaciones de las piedras prehistóricas de Daartmoor, sufrían fuertes alteraciones en los ritmos theta y delta del cerebro. Con los animales domésticos sucedía otro tanto, ya que, según las fechas del año, éstos se atrevían o no a entrar dentro del referido recinto megalítico.
¿Enmascaran todas estas tradiciones una vieja sensibilidad, un instinto hoy perdido por la civilización?
Sigamos.
¿Qué tenía España para merecer el honor de dos visitas sobrenaturales de la Virgen en vida? ¿Qué pudo haberla llevado a bilocarse hasta la península Ibérica en un tiempo en el que nuestra preciada piel de toro apenas era un punto más de desembarco de mercancías en el Mediterráneo? Nosotros estamos convencidos de que estas tradiciones enmascaran un sabio intento por marcar para la posteridad una serie de lugares especiales.
Pero, como dice el refrán, no hay dos sin tres.
Tenemos constancia de una tercera «aparición marcadora» de la Virgen, esta vez en Pontevedra, cuyo recuerdo se venera hoy bajo la advocación de Nuestra Señora la Virgen Peregrina. Cronológicamente, la visita debió de tener lugar después de las de Zaragoza y Muxía, ya que la tradición afirma que la Virgen llegó a Galicia en procesión a la tumba de su viejo amigo el apóstol Santiago. En aquella ocasión, María no dejó como recuerdo ni piedras ni imágenes suyas. Fue sólo una visita de «cortesía» y, por eso, casi nadie la recuerda.
Pero como no queremos que nos tachen de imprecisos, quede claro que si bien la primera aparición «oficial» de la Virgen fue en tierras hispanas, su primera intervención después de muerta y ascendida a los cielos no se produciría hasta el siglo 111. Se manifestó a San Gregorio Taumaturgo (que murió en el 270 d. C.), y, en su hagiografía, se asegura que fue instruido en las verdades de la fe por la Virgen, la cual se dejó ver junto con San Juan Evangelista para aclararle algunos puntos oscuros que le traían de cabeza, como el de su virginidad perpetua. Uno de los asuntos, por cierto, que más tinta haría correr en el seno de la Iglesia durante los siglos venideros.
«Para el que cree —dice el escritor austríaco Franz Werfel, el autor de La canción de Bernadette—, no es necesaria ninguna explicación. Para quien no cree, toda explicación sobra».
Apariciones interesadas
¿Tuvo la Virgen en especial estima a la ciudad de Zaragoza en particular y a España en general? La respuesta es no: cuando las apariciones de la Virgen comenzaron a popularizarse a partir del siglo XIII, otro país compartió con el nuestro el favor de María. Ésta se apareció al fraile carmelita inglés Simón Stock, a quien no sólo entregó el primer escapulario de la historia sino que le manifestó su profundo amor a Inglaterra, país al que —dijo— consideraba «su dote».
Esta aclaración divina no debe caer en saco roto, pues, a fin de cuentas, es en el Reino Unido donde se cristianizaron un mayor número de recintos megalíticos primitivos y donde se ha contrastado mejor la fuerte influencia de estos enclaves en los mecanismos de percepción humanos.
Ahora bien, ¿tienen la misma «misión oculta» las apariciones contemporáneas de la Virgen? Sólo en el siglo XX se contabilizaron casi doscientas cincuenta apariciones marianas en treinta y dos países de Europa, América y África. Pero sólo cuatro han merecido el reconocimiento oficial por parte de la Iglesia:
- Fátima (Portugal), 1917.
- Beauraing (Bélgica), 1932. Nuestra Señora del Corazón de Oro.
- Banneaux (Bélgica), 1933. Nuestra Señora de los Pobres (aprobada en 1949).
- Siracusa (Italia), 1953.
Al contrario de lo que pudiera creerse, la nación que más apariciones tiene en su haber no es España, a pesar de la lista que damos en las «Notas de la bitácora» al final del libro, sino Italia, con casi un centenar de sucesos protagonizados por entidades que fueron identificadas como la Virgen. Le siguen de cerca Francia, Alemania, Bélgica, España y Estados Unidos.
Todas ellas, además, tienen un extraño interés por darse a conocer en momentos de crisis, por escoger un determinado lugar para ser veneradas (y allí se levanta una construcción a tal efecto), por pedir algo concreto a sus fieles devotos y por transmitir ciertos mensajes. Curiosamente, parecen desoír lo que el papa Francisco advertía en 2013 al asegurar que «la Virgen es Madre y nos ama a todos. Pero no es la jefa de la oficina de Correos y envía mensajes todos los días».
Pero esto no es un comportamiento nuevo entre los dioses de diferentes panteones, al contrario. Resulta bastante común que una determinada entidad señale el lugar exacto en el que sus «elegidos» deben tributarle los honores que merece. No hay más que recordar la fundación de la antigua ciudad de Tell-el-Amarna, en Egipto, construida durante el reinado de Amenofis IV (Akhenatón). Su establecimiento se atribuyó a los expresos deseos del dios Atón, que se apareció a Akhenatón en forma de «gran disco» y se posó sobre el lugar exacto donde quería que se construyera la ciudad. Un enclave, por cierto, situado en uno de los parajes egipcios más desérticos e inhóspitos del país y alejado de todas las rutas comerciales de la época.
Recuérdese también el penoso peregrinaje del pueblo judío hasta asentarse en la «tierra prometida», el lugar elegido por su dios Yahvé. O la ubicación definitiva de Tenochtitlán, la ciudad mexicana de los aztecas, que fue asimismo elegida por el dios Huitzilopochtli, quien, tras aparecer con gran aparatosidad, ordenó que sus fieles abandonaran la región que habitaban y se desplazaran hacia el sur «hasta que encontrasen un lugar en el que verían un águila devorando a una serpiente», lo que consiguieron tras no pocos sacrificios.
Pues bien, de manera idéntica a los antiguos dioses, también las apariciones marianas promueven que sus fieles construyan templos o capillas sobre los mismos escenarios de la aparición. «Acudid a este lugar», repetía incesante la aparición de la Virgen de El Escorial, cerca de Madrid, en las décadas de 1980 y 1990. Y es que tras esa obsesión se encuentra una de las claves de este misterio: lo importante es el lugar elegido, no la aparición en sí.
En uno de los mensajes que envió esa misma Virgen de El Escorial cuando se le preguntó por qué no cambiaba de enclave para sus apariciones en Prado Nuevo, evitando así los problemas políticos que estaba ocasionando su ubicación, ella sencillamente respondió: «¿Es que acaso puede este lugar cambiar de sitio?».
La respuesta tiene su intríngulis, ya que no es raro que estas apariciones se encaprichen con una plaza concreta como si en ello les fuera la vida, o, mejor dicho, el culto. Los ejemplos son múltiples en la historia. En 1858 la Virgen de Lourdes pidió a su vidente Bernadette Soubirous que transmitiese su petición de que allí se construyera una capilla a la que pudieran acudir los enfermos con velas encendidas como señal de su fe. La Virgen que se dejó ver en Myrna, Damasco (Siria), en 1982, le dijo al vidente: «No os pido que me construyáis una iglesia, sino un santuario».
Generalmente, cada solicitud celeste suele ir acompañada de un milagro. Lo normal es que exista un manantial cuyas aguas devuelven la salud y la energía a los más devotos. Otras veces se producen danzas milagrosas del sol que han sido constatadas en apariciones famosas como las de Fátima (Portugal), Kerizinen (Bretaña), Turzovka (Eslovaquia), Tre Fontane (Italia) Medjugorje (Bosnia Herzegovina) y, por supuesto, El Escorial, por citar sólo unos cuantos ejemplos.
Junto a estos deslumbrantes efectos «positivos» (¿qué mejor prueba de las buenas intenciones y de la autenticidad de la aparición que los enfermos recobren la salud?) se producen otros de dudoso signo y de ahí lo de «apariciones interesadas» que figura en el título de esta sección. Intereses como la exigencia de que sus seguidores se vuelvan más creyentes y devotos, ayunen, realicen más sacrificios personales y construyan santuarios aun a costa de sus haciendas, su estabilidad familiar y hasta sus empleos.
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Ficha histórica del libro
Edad: Varios
Periodo: Varios
Acontecimiento: Varios
Personaje: Varios