Banderas lejanas
Banderas lejanas
1.1. Reinos de fantasía
ENTRE EL 30 DE MAYO DE 1498 y el 25 de noviembre de 1500, Cristóbal Colón realizó su tercer viaje. Después de recalar en Madeira se dirigió al oeste y llegó a la isla de Trinidad, ya en América. Tras explorar el estrecho que la separa de Costa Firme —Venezuela— reconoció el Orinoco y las islas Chacachare, Margarita, Tobago y Granada. Pensó que se trataba de un nuevo continente, aunque luego cambió de opinión y afirmó que esas islas pertenecían al extremo oriental de Asia. Al comenzar el siglo XVI, la inmensa masa terrestre americana era todavía un concepto geográfico brumoso.
Cuando llegó a La Española, Colón se encontró con que los colonos estaban muy descontentos y los indios se habían alzado en armas. Algunos de los que habían regresado a Europa lo acusaron de mal gobierno y los Reyes Católicos enviaron a Santo Domingo a Francisco de Bobadilla, administrador real que el 23 de agosto puso en prisión al almirante y a sus hermanos. Aunque al llegar a España el descubridor recuperó la libertad, perdió para siempre influencia y poder. No obstante, su actividad como explorador no se detuvo y entre el 11 de mayo de 1502 y el 7 de noviembre de 1504 viajó de nuevo a América y exploró el litoral de Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá y el Golfo de Uraba, en Colombia. Una tormenta lo empujó a Jamaica, donde permaneció hasta 1504, y el año anterior había explorado el Caribe y descubierto las islas Caimán Brac y Pequeño Caimán —Colón nunca vio Gran Caimán—, a las que bautizó como Las Tortugas.
Con estos viajes la Corte española y los cosmógrafos y cartógrafos que trabajaban para los Reyes Católicos iban conociendo cada vez con más precisión las nuevas tierras al otro lado del mar. Pero a pesar del interés de Colón por mantener el monopolio de la navegación a las Indias, entre 1499 y 1520 se produjeron decenas de viajes de exploración llevados a cabo por expertos y audaces navegantes. Destacaron los de Alonso de Ojeda, Vicente Yáñez Pinzón y Américo Vespucio, todos ellos de objetivos limitados pero que ampliaron de forma extraordinaria el conocimiento del Nuevo Mundo. Sin embargo, ninguno alcanzó las tierras de lo que hoy son los Estados Unidos, y de los llevados a cabo por ingleses y portugueses solo hay conjeturas, aunque todo parece indicar que tampoco lo lograron.
En Inglaterra las expediciones estuvieron a cargo de los hermanos Juan y Sebastián Caboto, dos italianos bien conocidos en España y Portugal y residentes en Bristol. En 1496 navegaron al oeste sin poder pasar más allá de Islandia, pero a bordo del Matthew, un barco de 50 toneladas y con 18 tripulantes, pequeño y rápido, llegaron a Terranova en junio de 1497 y pensaron que estaban en Cipango —Japón—. El lugar exacto no se conoce. Pudo haber sido Bonavista o St John’s, en Terranova, o Cabo Bretón, la península de Labrador o incluso el actual Maine. Caboto desembarcó para tomar posesión de la tierra y exploró la costa durante algún tiempo, hasta que el 20 de julio zarpó de regreso a Europa.
Una vez en Inglaterra, Caboto fue nombrado almirante y premiado con una importante cantidad de dinero, además de obtener patente real para un nuevo viaje que realizó en 1498 al mando de cinco buques. De Caboto y su expedición no se supo más y se supone que llegaron hasta Groenlandia por el norte y a la bahía de Chesapeake por el sur, pero no hay constancia, por lo que lo que sus posibles hallazgos no tuvieron consecuencias.
Respecto a Portugal, sus expediciones se centraron en los viajes de los hermanos Gaspar y Miguel Corte Real. El primero navegó en 1500 en dirección a Terranova y al año siguiente fue hasta Groenlandia, pero no llegó a su destino ya que las corrientes lo desviaron y alcanzó la península del Labrador. Desde allí intentó ir al este para llegar a las Azores, pero desapareció. Su hermano, Miguel Corte Real, fue en su busca y tuvo la misma suerte. Sin embargo, las actividades portuguesas no cesaron y en 1520 Joao Fagundes logró establecer una base en Cabo Bretón, entre Terranova y Nueva Escocia —hoy Canadá—, con pobladores de las Azores, pero en 1526 había sido ya abandonada.
A comienzos del siglo XVI, la larga costa oriental de los Estados Unidos era un territorio completamente desconocido.
Ponce de León y la Fuente de la Eterna Juventud
En 1493, en el segundo viaje de Colón, un maduro caballero de unos treinta años de edad quedó fascinado por las aguas transparentes del Caribe, la frondosidad y verdor de las islas, el cielo azul y el inmenso mar cálido en el que navegaban. Se dice que pisó por primera vez América en la actual Cockburn Town, en la isla de Gran Turco —hoy Turcos y Caicos—, y embriagado por la belleza de lo que veía apenas una década después volvió de nuevo con el gobernador Nicolás de Ovando, y en 1502 se instaló en La Española. El caballero se llamaba Juan Ponce de León, había nacido en Santervás de Campos —Valladolid— el 8 de abril de 1460 y estaba destinado a convertirse en uno de los primeros conquistadores de las nuevas tierras descubiertas.
Castellano viejo de la cabeza a los pies, valeroso y audaz, había sido paje en la Corte del rey aragonés Fernando el Católico, tras la boda de este con la infanta Isabel de Castilla, y años después había combatido con valor y audacia en la Guerra de Granada (1481-1492). Esta dura campaña, en la que aprendió el arte de la guerra, le sirvió para lo que iba a venir. Con Ovando su capacidad militar se puso de nuevo a prueba y colaboró en un discreto segundo plano en la conquista y control de La Española.
Su notable discreción y buena conducta no pasó desapercibida y fue recompensado con el cargo de gobernador de la recién creada provincia de Higüey. En el ejercicio de su cargo escuchó extrañas leyendas indias que decían que la isla de Borinquén tenía incontables riquezas y decidió encontrarlas. Algo que consiguió cuando, con 48 años cumplidos, recibió el encargó de someter esa isla, hoy Puerto Rico, que en aquel entonces tenía el nombre de San Juan Bautista. Corría el año 1508 y Juan Ponce de León iba a tener por fin su oportunidad de entrar en la Historia. La razón de su nombramiento estaba en unos sucesos ocurridos dos años antes, al producirse la muerte en 1506 de Cristóbal Colón, tras la cual la Corona se opuso a extender los privilegios del almirante a su hijo Diego. Eso hizo que la Corona seleccionase a Ponce de León para colonizar y gobernar la isla de Puerto Rico en 1509.
En 1508 Ponce de León fundó el primer asentamiento de Puerto Rico en Caparra, actual San Juan. La conquista y sometimiento de la isla fue en principio sencilla, pues el cacique más importante, llamado Agüeybana, se convirtió al cristianismo, pero los conquistadores, implacables y ávidos de riqueza, actuaron muy torpemente. Tras establecer en la isla un duro sistema de encomiendas obligaron a los indios a trabajar en las minas y en los campos, lo que diezmó a la población. Tras fundar pueblos y ciudades, Ponce de León, inició una intensa explotación de los yacimientos auríferos y de la tierra, que intentó poblar con colonos llegados de España. Pero a la muerte del cacique Agüeybane los indios se alzaron en una revuelta desesperada. La lucha fue brutal, aunque los debilitados aborígenes, a pesar de su valor, no pudieron hacer nada contra el acero castellano y sucumbieron tras una serie de durísimos combates que pusieron a prueba el temple de Ponce de León, quien tras la victoria ordenó duras represalias.
Tras la pacificación de Puerto Rico, dicen que Ponce de León se obsesionó con las leyendas que hablaban de una tierra situada al norte en la que se encontraban extraños manantiales que concedían la juventud eterna, «pues tornaban mozos a los viejos». En Puerto Rico había hecho una fortuna, pero no era suficiente para él. Las historias de aguas que curaban enfermedades y daban lozanía y juventud le hicieron pensar que nada perdía intentando comprobarlas por su cuenta en las tierras del norte.
En realidad, las fábulas de manantiales de aguas purísimas que daban la salud y concedían vida eterna no eran nuevas ni en América ni en Europa, y parece que el mito de que Juan Ponce de León dirigió su primera expedición a la Florida por la llamada Fuente de la Eterna Juventud, se le atribuyó años después de su muerte. Ya en su Historia general y natural de las Indias, de 1535, Gonzalo Fernández de Oviedo escribió que el explorador castellano no buscaba las aguas de Bimini para curar su impotencia. Muy parecido fue lo escrito en la Historia general de las Indias de 1551 por Francisco López de Gómara.
La consolidación de la leyenda es obra de Hernando de Escalante Fontaneda, quien publicó en 1575 una narración de lo que le ocurrió en un naufragio en las costas de Florida, en las que estuvo diecisiete años viviendo entre los indios de esa península norteamericana. Escalante afirmaba haber encontrado la Fuente de la Eterna Juventud y aseguraba que Ponce de León la había buscado. Su narración quedó incluida en la obra de Antonio de Herrera Historia general de los hechos de los Castellanos, publicada en 1615. Desde entonces, intentar separar a Juan Ponce de León de la leyenda de la búsqueda de la Fuente de la Eterna Juventud parece empeño inútil.
Durante los meses que siguieron a la rebelión de los indios de Borinquén, Ponce de León tuvo noticias del triunfo de Diego Colón en su apelación ante la Corte, y en consecuencia fue cesado en el cargo de gobernador de Puerto Rico. Indignado por lo sucedido, se negó a servir a Diego Colón y solicitó permiso a la Corona para dirigir una expedición de reconocimiento hacia el norte de Cuba y Puerto Rico, con rumbo a la misteriosa y desconocida Tierra de Bimini, de la que no se sabía nada, si bien se aventuraba que podía ser una isla.
El 15 de marzo de 1513, Ponce de León dejó San Juan en Puerto Rico y navegó más allá de las Bahamas, hasta alcanzar una tierra desconocida cuyo litoral se prolongaba hacia el norte. Por ser el día 27 de marzo —Domingo de Resurrección—, llamó al país descubierto Tierra de la Pascua Florida y el 2 de abril desembarcó cerca del actual Cabo Cañaveral, el lugar desde el que más de 450 años después partiría la expedición que llevaría por vez primera al hombre a la Luna.
Tras permanecer seis días en la zona, los hombres de Ponce de León exploraron la costa y comprobaron que los naturales eran peligrosos y se mostraban hostiles, por lo que embarcaron de nuevo y navegaron hacia el sur, siguiendo siempre la línea costera. Afortunadamente para ellos, se encontraban en una estación propicia en la que no había huracanes, y pudieron navegar sin problemas hasta alcanzar los cayos, el límite sureño de la península. El experto piloto de Ponce de León, llamado Antón de Alaminos, se dio cuenta de que si se adentraba en el océano una fuerte corriente les arrastraría con rapidez lejos del litoral. Aún no lo sabía, pero había descubierto la Corriente del Golfo, que ayudaría en el futuro de los galeones de las flotas de Indias en su viaje de vuelta a España.
Al llegar a los cayos, viendo que la costa se prolongaba otra vez hacia el norte, Ponce León decidió seguir costeando la península de Florida, pero esta vez en su lado oeste. Remontó el litoral hasta el Cabo Romano y alcanzó las cercanías de Pensacola, muy cerca ya de la actual frontera de Alabama. Tras levantar mapas y describir en su bitácora con precisión las tierras recorridas, retornó a La Habana antes de volver a Puerto Rico. Los datos que tenía, y los que él mismo se inventó, eran más que suficientes para conseguir el favor de la Corte y el apoyo para un nuevo viaje de exploración y conquista. Podía acreditar ante el rey Fernando el Católico experiencia y capacidad más que sobradas para llevar adelante una misión colonizadora que incorporase nuevas tierras a la Corona española. Así pues, el viejo paje del rey Fernando se encontró de nuevo ante el monarca, le planteó su proyecto y logró ser nombrado adelantado de La Florida, Bimini y la isla de Guadalupe, en el Caribe, pero durante unos años Ponce de León no pudo cumplir el sueño de llevar a buen término su proyecto de colonización. La muerte de su esposa le entristeció mucho y no quiso dejar solas y desamparadas a sus hijas, por lo que hasta comienzos de 1521 no partió hacia las tierras que se le había encomendado descubrir, poblar y explorar.
El 20 de febrero, Ponce de León salió de Puerto Rico de nuevo con rumbo al norte. Hay dudas acerca del lugar exacto en el que se produjo el desembarco en Florida; pudo ser en la desembocadura del Caloosahatchee, el norte de los Everglades, o en la isla de Sanibel. Con el conquistador iban colonos, aperos de labranza, material para construcción y misioneros que debían convertir a los indios. En total, 200 hombres y 50 caballos, además de vacas, cerdos, ovejas y gallinas.
La colonia no pudo prosperar. Los indios calusas se mostraron ferozmente hostiles y el pequeño establecimiento castellano sufrió constantes ataques, en los que el propio Ponce de León fue herido por una flecha envenenada. Tras abandonar Florida, los colonos marcharon a La Habana, donde el conquistador falleció. Su cuerpo fue llevado a San Juan de Puerto Rico, en cuya catedral está enterrado.
El viaje de Ponce de León tuvo una enorme importancia, no solo por el descubrimiento de la península norteamericana —aunque no fue el primer europeo que llegó a Florida, pues él mismo encontró a un nativo en 1513 que hablaba un rudimentario castellano—, sino también por el importantísimo hallazgo de la Corriente del Golfo —el Gulf Stream— que realizó su piloto Alaminos.
La Tierra de Chicora y el Cabo del Miedo
El descubrimiento de la Florida no dio a España en principio ninguna ventaja, pero teniendo, como aún tenía, el monopolio de la navegación en los mares americanos, podía permitirse elegir sus objetivos con relativa calma. Tras las fracasada expedición de Ponce de León pasó un tiempo hasta que se preparó la siguiente, que fue encargada a Lucas Vázquez de Ayllón, un toledano que había llegado a principios de siglo a Santo Domingo —cuando tenía poco más de treinta años—, donde había sido nombrado juez.
A lo largo de casi dos décadas, Ayllón se había convertido en un rico propietario de plantaciones de azúcar y era oidor de La Española, lo que le otorgaba una posición de hombre respetado. Eso motivó que en 1529 fuese a México para intentar un acuerdo entre Hernán Cortés y Diego Velázquez. Como es bien sabido fracasó, pero el éxito de Cortés le animó a intentar algo parecido, y logró que se le otorgara una licencia en 1523 para explorar la costa atlántica y buscar nuevos reinos que conquistar. El objetivo de la expedición era buscar y localizar un paso a las Islas de las Especias, en la latitud que hoy corresponde a los estados de Virginia y Carolina del Norte.
Ayllón no era navegante, por lo que contrató a un experimentado marino llamado Francisco Gordillo, a quien encargó la exploración preliminar de la costa este de América al norte de la Florida. Una vez equipada una carabela con todo lo necesario, Francisco Gordillo partió con destino a las desconocidas costas de América del Norte. Con él iba también un compañero de aventuras, Pedro de Quexo, que lideraba una nave, fletada por Juan Ortiz de Matienzo, que rastreaba las costas americanas en busca de algo de valor.
Tras localizar un punto adecuado en el que desembarcar, los expedicionarios pisaron tierra en las cercanías del Cabo del Miedo —Cape Fear— en Carolina. Allí tomaron contacto pacífico con los indios, pero movidos por su ambición y falta de escrúpulos capturaron con engaños a todos los que pudieron y los llevaron a La Española para que trabajasen en las minas y en las plantaciones como esclavos, y de esta forma suplir la angustiosa falta de hombres que tenía la isla, pues las enfermedades traídas por los europeos estaban aniquilando a los nativos.
Las brutales acciones de Gordillo y de Quexo indignaron al gobernador de la isla, Diego Colón, ya que las leyes de la Corona de Castilla no permitían esclavizar a los naturales, pero enfadó también al promotor de la expedición, el propio Vázquez de Ayllón, puesto que traer esclavos no figuraba en absoluto entre las órdenes que llevaba Gordillo. Ayllón sospechaba que cuando se supiese en España lo ocurrido tendría problemas con la Corte, como así sucedió, lo que le obligó a desplazarse a España y alegar en su defensa que no pretendía, en modo alguno, oponerse a las leyes del reino y a las instrucciones recibidas. Para defenderse mejor ideó además un plan que luego fue seguido por decenas de aventureros y navegantes en años posteriores y solía dar buen resultado. El truco consistía en describir el territorio explorado poco menos que como el paraíso terrenal.
Por tanto, Ayllón contó a los cortesanos y funcionarios de la Corte española que las tierras a las que había llegado Gordillo estaban habitadas por hermosos y civilizados indios, con los cuales era fácil comerciar y entenderse. Llamó al nuevo país descubierto Tierras de Chicora y afirmó que era un lugar parecido a las más fértiles vegas de Andalucía. Por si fuera poco, uno de los indios de la expedición de Gordillo, que se había convertido al cristianismo y bautizado como Francisco Chicota, ratificó lo dicho por Ayllón, quien de esta forma convenció a todos de la posibilidad de conquistar un nuevo México, pero poblado por hombres pacíficos y no guerreros como los aztecas.
Una vez logrado el permiso real y comprometido a tratar con bondad y humanidad a los indios del nuevo país, Ayllón recibió autorización para dirigir una expedición a la Tierra de Chicora, con título de adelantado y licencia de conquista y colonización en una enorme franja de la actual costa este de los Estados Unidos. En las capitulaciones se comprometía a financiar la expedición y reclutar a los hombres que debían acompañarle, desde misioneros y soldados hasta familias de colonos. Dispuesto a triunfar a toda costa, Vázquez de Ayllón, que tenía ya 48 años, gastó su fortuna en armar y equipar cinco barcos en los que embarcaron 600 hombres y mujeres, más unos cuantos frailes dominicos[1] que debían convertir a los indios a la religión católica. Su expedición era por lo tanto mucho más poderosa que la que llevó Cortés a México y estaba mejor equipada, si bien no estaba formada por combatientes tan audaces como los que conquistaron el imperio azteca.
En 1526 partió Ayllón de Santo Domingo con rumbo al norte. Tras recorrer la costa perdió un barco que encalló en las cercanías del Cabo del Miedo y decidió desembarcar para construir otro con la madera de los árboles de la región. Pero al llegar a la zona muchos de los colonos descubrieron con horror que se trataba de una región pantanosa, llena de ciénagas y lodo, muy diferente de la fértil Andalucía que se les había ofrecido. Eso desató los primeros desórdenes, y el indio Francisco Chicota, que les servía de guía, les abandonó.
Pero Vázquez de Ayllón seguía dispuesto a continuar con su misión y ordenó navegar hacia el norte. Llegó al menos hasta la latitud 33° N antes de desembarcar y establecer una población. Sobre el lugar donde desembarcó hay todo tipo de conjeturas. Aunque fue el primer europeo en explorar y trazar un mapa de la bahía de Chesapeake —Virginia— a la que llamó Bahía de Santa María, sobre la ubicación exacta del pueblo y el fuerte que fundó existen muchas teorías. Para algunos estaba cerca de Jamestown, en Virginia, otros lo sitúan en la desembocadura del río Pedee y hay quien afirma que estuvo mucho más al sur, en Carolina, cerca de Georgetown. En realidad, la mayor parte de los investigadores y estudiosos actuales lo ubican en Georgia, en St. Catherines Island, donde se han encontrado los restos de dos fuertes españoles, uno de mediados del siglo XVI y otro anterior que parece corresponder al de Vázquez de Ayllón. En cualquier caso, con la fundación de San Miguel de Guadalupe en octubre de 1526 nacía el primer asentamiento europeo en la costa de los actuales Estados Unidos, casi un siglo antes del desembarco de los Padres Peregrinos del Mayflower. Además de los colonos, Ayllón llevaba esclavos negros para trabajar la tierra, por lo que también fue el primero en llevar africanos a América del Norte.
La época del año en la que desembarcaron los españoles era muy mala. Ya no se podía cultivar y no encontraron indios con los que comerciar. El frío y la soledad amenazaban a los colonos, entre los que pronto comenzaron las desavenencias. Los esclavos negros escaparon al interior y el desánimo cundió entre los pobladores del pequeño pueblo, que además comenzaron a ser hostigados por los indios.
El invierno de 1526 a 1527 fue muy duro y pronto llegaron el hambre, la enfermedad y la muerte, por lo que en primavera los supervivientes decidieron abandonar la empresa. De los 600 que llegaron a las costas de la Tierra de Chicora solo regresaron 150 a Santo Domingo y entre ellos no estaba Lucas Vázquez de Ayllón, muerto de fiebres en los brazos de un fraile dominico sin ver cumplidos sus sueños. Había fracasado, pero la historia le recordará siempre por haber sido el primer europeo en fundar un establecimiento en la costa atlántica de América del Norte y por haber explorado y recorrido una parte importante de las actuales Virginia, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia.
Francisco de Garay, Álvarez de Pineda y la Tierra de Amichel
El caso de Francisco de Garay es interesante. Tenía ya una gran experiencia en la región, pues había navegado con Cristóbal Colón en su segundo viaje a América y estaba emparentado con la nuera de este, la mujer de Diego Colón, María de Toledo, que tenía también un lejano parentesco con el rey Fernando de Aragón. Pero lo que le abrió paso entre las decenas de aventureros ambiciosos y sin escrúpulos que pululaban por el Caribe fue haber descubierto oro cerca de su casa de Santo Domingo. El afortunado hallazgo le proporcionó dinero suficiente para convertirse en un prominente hombre en la colonia. Garay logró autorización para la conquista de la isla de Guadalupe, en la que fracasó, si bien sus influencias le facilitaron ser alcalde mayor de la isla de La Española y más tarde del fuerte Yáquimo, pero ambicionando cargos de mayor importancia marchó a España, de donde regresó a América con el cargo de gobernador de Jamaica y administrador de las propiedades reales.
En tanto esperaba el nombramiento oficial, Garay armó dos carabelas con la excusa de apoyar las comunicaciones de Jamaica con España y las islas del Caribe, aunque se sospechaba que, por su equipamiento, los barcos parecían estar destinados a exploraciones de mayor importancia.
Los rumores de la existencia de ricas tierras en el continente corrían como la pólvora en las islas, y tras las expediciones de Francisco Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva a las costas del Yucatán ya estaban todos convencidos de que había reinos poderosos y ciudades en los que sería posible lograr grandes riquezas. Uno de los hombres fascinados por estas historias había sido Francisco de Garay, quien poco después de la partida de Cortés con rumbo a las costas de México preparó cuatro barcos que puso en las expertas manos de Alonso Álvarez de Pineda, con una tripulación de 270 hombres con los que marchó hacia las costas del Golfo de México. Su destino era un país misterioso envuelto en la leyenda que se extendía al noroeste de las islas de Cuba y Jamaica, una tierra extraña y extensa que ocupaba lo que hoy son las costas de los estados de Texas, Luisiana, Alabama y Florida.
Navegando hacia el noreste, la cuatro naves de Alonso Álvarez de Pineda alcanzaron las costas del este de Florida. Siguiendo la costa, los expedicionarios llegaron hasta el actual Mobile, y quedaron asombrados al ver la desembocadura de un río gigantesco al que llamaron Espíritu Santo. Habían descubierto el delta del Misisipi.
Bordeando siempre hacia el oeste las costas de Luisiana y Texas, Pineda encontró otro gran río al que llamó Río de las Palmas —el Río Grande—. Lo remontó y entró en contacto con los naturales. Luego navegó hacia el sur para alcanzar la posición de Hernán Cortés en la costa en Veracruz. Allí la mayor parte de sus hombres fueron capturados por los soldados del ambicioso hidalgo extremeño, pero Álvarez de Pineda logró escapar y tras recorrer de nuevo hacia el norte el Golfo de México partió con rumbo a Jamaica, donde presentó un relato de sus descubrimientos muy optimista. A todas la inmensas costas que había explorado las llamó Tierra de Amichel.
Aprovechando la información de la que ahora disponía, Garay contaba con información suficiente para intentar una aventura como la de Cortés, por lo cual ese mismo año envío a Diego de Camargo, al mando de otra expedición, para fundar colonias en la boca del río de las Palmas y establecerse en la Tierra de Amichel. La expedición consistía en 3 barcos, 150 soldados de a pie, 7 jinetes, un cañón ligero, materiales de construcción y varios maestros albañiles. Su misión era edificar un fuerte, convertir a los nativos del interior y situar al norte de la región que ocupaba Cortés un punto fuerte dependiente del gobernador de Jamaica. Pero este pequeño asentamiento en la frontera entre Texas y México no prosperó. Aislados en una zona desconocida y atacados incesantemente por los indios, Camargo no resistió más y tras embarcar con los supervivientes se dirigió al sur, al puerto de Veracruz. La navegación fue desastrosa, castigado por las tormentas perdió dos buques, y la tripulación y los soldados del que quedaba se unieron a los hombres de Cortés nada más llegará a Veracruz. Abandonado por todos, decepcionado y enfermo, Camargo murió sin lograr nada positivo.
Ignorando lo ocurrido, el tenaz Francisco de Garay contaba con algo que nadie tenía, la información de primera mano facilitada por el viaje de exploración de Álvarez de Pineda, por lo que pidió autorización a España para intentar la colonización de la Tierra de Amichel, a la que se dirigió el 14 de julio de 1523 con una flota poderosa de 11 buques y con 750 hombres reclutados en Jamaica. Convencido de que Camargo había tenido éxito, llegó a la boca del río de las Palmas casi tres años después de que los hombres de este hubieran sido expulsados de la zona.
En realidad Francisco de Garay jamás pisó el suelo de Texas, pero, erróneamente, muchos historiadores están convencidos de que alcanzó la desembocadura del Río Grande, cuando en realidad solo desembarcó en la boca del Pánuco. Sufriendo vientos contrarios llegó a unos 240 kilómetros al sur de la frontera entre Estados Unidos y México, en la desembocadura del Soto de la Marina, que confundió con el Río Grande de Álvarez de Pineda. Desde lo que hoy se llama Boca Chica, Garay envío una expedición exploradora para localizar donde estaban los hombres de Camargo y hallar un lugar idóneo para la nueva villa que deseaba fundar.
Pero las noticias que trajeron los exploradores a Garay no eran buenas. Habían encontrado el lugar en que se habían establecido los de Camargo, pero estaba abandonado. Garay, desilusionado, abandonó los planes para crear un asentamiento en el río de Las Palmas, a pesar de que muchos de sus compañeros eran partidarios de quedarse allí.
Tras marchar al sur por tierra hacia el río Pánuco, Garay se encontró con las avanzadillas de Cortés, que habían fundado una población bautizada como Santiesteban del Puerto, donde casi todos sus hombres desertaron y se unieron a los del conquistador extremeño. Abandonado por la mayoría de la expedición, marchó a México. Allí Cortés lo trató con hospitalidad y cortesía y aceptó negociar con él la colonización del río Las Palmas. Aunque se alcanzó un acuerdo amistoso, no sirvió para nada pues Francisco de Garay falleció de neumonía el 27 de diciembre de 1523, y la colonización de la Tierra de Amichel quedó en el olvido.
Gracias a los descubrimientos de Álvarez de Pineda, los cartógrafos de la Corte española disponían de una información adecuada del litoral de lo que hoy son los Estados Unidos y México desde los cayos de Florida hasta la península del Yucatán. El territorio que comenzaba a dibujarse en los mapas era gigantesco, muchísimo mayor que cualquier reino de Europa y, si era como México, ocultaría riquezas incalculables. Ahora faltaba saber dos cosas. La primera, cómo era con exactitud la costa que recorría el océano Atlántico desde Florida a las pesquerías de Terranova, y la segunda, si existía un paso que llevase al Mar del Sur y por lo tanto directamente a las Islas de las Especias. El hombre elegido por el monarca para tal misión, era un navegante portugués que hasta el momento no había sido muy afortunado. Se llamaba Esteban Gómez.
Esteban Gómez y la búsqueda del paso del Noroeste
Resulta difícil en una época como la nuestra valorar a hombres como Esteban Gómez. Es fácil recordar nombres como Cortés y Pizarro, pero a veces se olvida que ellos no fueron sino los líderes más afortunados de una generación asombrosa de personajes marcados por su fe en el destino, con una sed de aventura y de conocimiento descomunal. Hombres cuya audacia, valor e imaginación superan a los de cualquier otro tiempo de la historia.
Nacido en Oporto, Esteban Gómez, navegó en los barcos que iban hacia África en los primeros años del siglo XVI. Aunque se conoce poco de su juventud, salvo el hecho de que en 1518 se había trasladado a España, donde estaba bien considerado como piloto por la Casa de Contratación de Sevilla, debía de tener un gran prestigio, pues fue seleccionado para mandar la nao San Antonio en el viaje de Magallanes para dar la vuelta al mundo. Lo que ocurrió con la San Antonio antes de llegar al estrecho que lleva el nombre del gran navegante portugués en la Tierra del Fuego es bien conocido. Gómez desertó de la expedición y navegó de vuelta a España, donde llegó en mayo de Por supuesto, fue de inmediato encarcelado, y solo quedó en libertad cuando los tripulantes de la nao Victoria de Elcano, el único buque que regresó tras circunnavegar el globo, relataron su espantoso viaje.
Gómez tenía que ser, además de un buen navegante, un personaje con grandes dotes de convicción, como lo prueba el hecho de que lograra engatusar al emperador Carlos para que financiase un viaje con destino a la búsqueda del paso que debía de unir el Atlántico con el Pacífico, a bordo de una nave de 50 toneladas especialmente diseñada para tal propósito que bautizó como La Anunciada y con la que partió de La Coruña en septiembre de 1524. Con una tripulación de 29 experimentados marineros, su buque atravesó el Atlántico en línea recta con dirección a la actual Nueva Escocia, en Canadá, desde donde decidió costear rumbo sur tras navegar por el Estrecho de Caboto y el Cabo Bretón en febrero de 1525, deteniéndose en la zona para pasar el invierno. Navegando a lo largo de la actual costa de Nueva Inglaterra, alcanzó Maine y el estuario del río Penobscot, y penetró en el puerto de Nueva York, donde quedó fascinado con el Hudson, al que llamó río de San Antonio, por el cual navegó unos días. Terminado este reconocimiento, recorrió las costas de Nueva Jersey, Delaware y Pennsylvania, a las que, con escasa modestia, llamó Tierras de Esteban Gómez, nombre que conservarían por unos años.
Navegando siempre con rumbo sur, entró en la bahía de Chesapeake. Allí fondeó para reparar La Anunciada, y prosiguió hasta llegar a las más conocidas costas de Florida, en los que dio por concluido su periplo antes de regresar a España. Había realizado una navegación casi perfecta, un viaje que le convirtió en el mejor conocedor del inmenso continente que se extendía al norte de Cuba.
No había encontrado el paso entre los dos océanos, pero casi daba igual. Había visitado las costas del territorio que hoy conocemos como Nueva Inglaterra cien años antes de que los Padres Peregrinos llegasen a la Roca de Plymouth, y los datos que aportaría a los cartógrafos de la Corte española serían vitales para tener un conocimiento exacto de la costa oriental de América del Norte. No es de extrañar la perfección del mapamundi portugués de Diego Ribero, de 1529, que se basó en su información.
Por lo tanto al comenzar la década de 1530 la Corona de España tenía de hecho el monopolio del conocimiento del subcontinente norteamericano, sus navegantes habían recorrido sus costas desde el Río Grande hasta Nueva Escocia, examinado puertos y fondeaderos e internándose en sus ríos. Habían buscado elementos geográficos significativos y levantado cartas náuticas, mapas y planos. Ahora se trataba de aprovechar la ventaja antes de que otras naciones europeas despertasen de su letargo e intentasen competir con la potencia ibérica.
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Ficha histórica del libro
Edad: Moderna
Periodo: Expansión en América
Acontecimiento: Estados Unidos y Canada
Personaje: Varios
Comentario de "Banderas lejanas"
Presentación del libro por el autor en «Periodista Digital»