De mucho mas honor merecedora
De mucho mas honor merecedora
Génesis y motivaciones del autor
Estimado lector, antes de que se adentre en el presente libro, quiero dejarle unas pinceladas sobre cómo se gestó en mi cabeza y, también, trasladar a este prefacio las principales razones que hicieron que finalmente lo abordara con ilusión, esfuerzo y esperanzas de una buena acogida por su parte.
Verán, tras la publicación de “Conquistadores olvidados” y su posterior promoción -agradezco a los lectores la positiva respuesta que dieron y siguen dando a mi libro- tenía más o menos claro que quería repetir un esquema similar donde confluyeran varias historias breves, reales y documentadas sobre personajes relacionados con las Indias, materia apasionante sobre la que a un servidor más le gusta leer, investigar y escribir. En parte para rescatarlos del olvido y, también, “para desfazer tuertos” o, en español de hoy en día, desmontar agravios y leyendas y trasladarles una visión más aproximada de cómo fue aquello en realidad.
En este sentido, tenía meridianamente decidido que las mujeres iban a tener todo o casi todo el protagonismo en mi nueva obra. No iba a hacer un “Conquistadoras olvidadas” pero mi intención sí que era la de darle visibilidad a algunas de aquellas féminas que surcaron hace varios siglos el océano en busca de una mejor vida en el Nuevo Mundo. Tras escribir sobre ellas numerosos artículos en prensa, llegaba ahora el momento de dedicarles un libro para disponer de más espacio, incorporar más información e incluir, asimismo, alguna historia inédita de la que tengo conocimiento.
A este respecto, lo primero que quiero dejar bien claro es que el descubrimiento y conquista de América fue una empresa eminentemente masculina, no nos vamos a engañar ni a disfrazarlo de otra cosa por mor de los tiempos que vivimos y de lo políticamente correcto. Nada más lejos de mi intención, no es mi estilo y, quien me conoce, lo sabe bien.
Era totalmente lógico que así fuera, que en los hombres recayera el peso de las expediciones al otro lado del océano, sobre todo en las primeras décadas que siguieron al descubrimiento de América. Sí, América fue descubierta por
aquellos marinos que acompañaron a Colón en su primer viaje (1492), aunque afirmar algo tan obvio resulte incluso sospechoso hoy en día. No hagan caso a chorradas del tipo “América ya existía” o que ya “estaba poblada por millones de habitantes”. ¿Y? Precisamente sólo se descubre lo que previamente ya existe y es totalmente desconocido para quien logra dicho hallazgo, dándolo a conocer luego al resto del mundo que tampoco lo conoce. Los más obtusos, pueden buscar también el significado de “descubrir” en el diccionario de la RAE, aunque les va a dar igual y van a seguir soltando sandeces.
La propia estructura de la sociedad de entonces, la mentalidad, el rol habitual de la mujer supeditado al marido y relegado, salvo excepciones, al ámbito del hogar, la inmensa lejanía de aquel Nuevo Mundo, el hecho de tener que surcar un océano para afrontar riesgos y múltiples incomodidades a bordo, los miedos ante los peligros de la mar, a instalarse en tierras aún por explorar y habitadas por gentes extrañas y, en ocasiones, belicosas, el hecho de tener que obtener licencia, pagar el pasaje y provisiones…, todo sumaba para que fueran ellos la avanzadilla y punta de lanza en las Indias, dejando atrás mujer e hijos, endeudándose para viajar y confiando en que el futuro les sonriera y compensara ante semejante apuesta.
Si lo piensan -con las lógicas y notables diferencias por los siglos transcurridos y las circunstancias de cada época- el mayor peso masculino en la aventura americana guarda alguna similitud con lo que ocurrió en el muy cercano siglo XX, cuando a mediados de dicha centuria, muchos españoles emigraron a Alemania, Suiza o Francia en busca de una mejor vida para ellos y sus familias. Fueron los hombres, casados y solteros, quienes más lo hicieron, dejando en nuestro país a sus mujeres, novias y madres. A ellas les mandaban lo ganado y ahorrado durante años de vidas separadas, hasta que muchos pudieron regresar o las convencieron para que se reunieran con ellos y formar así un hogar lejos de España.
El “Vente a Alemania, Pepe” de aquellos tiempos era eso, un padre, tío, hermano, amigo o conocido que escribía contando maravillas de Europa y sus posibilidades económicas, una tierra de oportunidades donde había trabajo y se ganaba un buen dinero, animando así a otros a vencer temores e inquietudes y
a probar suerte. Por supuesto, hubo numerosas “Pepas” que asimismo emigraron, aunque en menor medida que los varones.
En el caso que nos ocupa, el de las Indias a partir de 1492, esto también se produjo así 500 años antes. La mayoría de los que se embarcaron entonces hacia el Nuevo Mundo eran hombres que, básicamente, buscaban mejorar su destino y, para ello, dejaban una vida atrás, asumiendo riesgos, incertidumbres y peligros. El afán de aventura y de mejorar su existencia en unas tierras diferentes, de oportunidades, constituían su principal equipaje.
Querían tener u obtener tierras y sacarles provecho, conseguir mercedes y contar con mayores posibilidades de ascender social y económicamente, ser “señores” de algo. Para ello, debían surcar el océano, asentarse, poblar y entenderse con sus habitantes, pues era perentorio para consolidar la propia presencia hispana en las Indias. En este sentido, debe remarcarse siempre que, pese a los lógicos episodios violentos y enfrentamientos armados entre ambos mundos, los españoles que allí llegaron se mezclaron desde el principio con los naturales de aquel universo tan exótico y lejano. Los prejuicios racistas no existían en la mayoría de los españoles de entonces; otra cosa fue el abuso de poder y explotación de los indios en los primeros tiempos por parte de algunos.
Por supuesto, es igualmente cierto que hubo también valientes mujeres castellanas que comenzaron a llegar a América desde muy temprano. En el segundo viaje colombino, aquel en el que 17 naos partieron de Cádiz en septiembre de 1493 con unos 1500 pioneros que iban a instalarse en la isla de la Española, ya hay constancia documental de unas cuantas mujeres a bordo, la mayoría esposas que iban con sus maridos a probar fortuna en aquella tierra prometida, en ese lugar tan bien vendido en la península por Cristóbal Colón al regreso de su primer periplo oceánico.
Poco a poco fueron llegando más, casadas para reunirse con sus esposos y también solteras, viudas, hermanas, sobrinas, hijas y criadas, la mayoría al recibir cartas de familiares que allí se encontraban y a los que les iba razonablemente bien. Los registros oficiales nos dan una cifra de más de 10.000 mujeres españolas para el siglo XVI de un total de 55.000 emigrantes, además
de las muchas más que pudieron llegar de manera ilegal sin pasar por los filtros de la Casa de la Contratación fundada en 1503. Investigadores como Boy- Bodman o el español Martínez-Shaw elevan la cifra total para dicha centuria a más de 200.000 españoles, de los cuales más de 30.000 serían mujeres.
Pues bien, la historiografía no le ha prestado especial atención a ese importante componente femenino que tuvo la presencia española en América. Los episodios sobre la conquista -básicamente varoniles, aunque también algunas participaran activamente en batallas y hechos de armas- han acaparado la atención y oscurecido el importante papel que tuvieron las mujeres peninsulares en el Nuevo Mundo.
La obra española en América trasciende aquellas primeras décadas siempre apasionantes -un servidor le ha dedicado sus dos libros anteriores- y se prolonga durante tres siglos, trasladando aquellos hombres y mujeres su bagaje material, intelectual y espiritual, el que también se encargaba de propagar y asentar la propia Corona en esas tierras: lengua, fe, cultura, mentalidad, instituciones, administración, leyes, hospitales, universidades, cultivos, animales,… configurando una nueva sociedad, mestiza y criolla, en el Nuevo Mundo.
Tiendo a pensar que el olvido o la escasa atención prestada a las mujeres españolas en América haya sido interesado, al menos en parte. Con ellas en el escenario histórico americano desde el siglo XVI, se humaniza en buena medida el descubrimiento, conquista y presencia española en América, echando para atrás la visión más obtusa y negro legendaria. Ya saben, la que reduce todo de manera maniquea a riadas de hombres brutales y sanguinarios, sedientos de oro, violadores de indias y con la única motivación del saqueo de aquellas latitudes sin aportar nada positivo.
Esta perspectiva oscura, reduccionista y muy dañina fue fomentada y difundida por otras naciones y enemigos de España, encontró el apoyo de ínclitos colaboradores patrios desde el mismo siglo XVI y se propagó con suma eficacia por todo el orbe a lo largo de los tiempos. Tanto es así, que hoy es asumida como única verdad absoluta por millones de personas a uno y otro lado
del océano, gracias también al entusiasta e imprescindible refuerzo de ideologías, pensamientos políticos y movimientos asociativos cargados de sombrías intenciones que lo continúan expandiendo con, por desgracia, notable éxito.
Esa visión tan negativa se olvida de lo más importante de todo: que los españoles llegaron para quedarse y perpetuarse en esas latitudes, cambiando su vida por completo e iniciando una nueva que esperaban fuera mejor. Por ello, precisamente, las mujeres españolas también viajaban, siendo conscientes de que la enorme distancia y el giro radical que daban a su existencia haría ya muy difícil que regresaran algún día.
Otra realidad importante es que muchas de ellas desempeñaron papeles muy relevantes y básicamente propios de los varones en aquella época. Me refiero, fundamentalmente, a las mujeres que ocuparon importantes cargos de gobierno y administración en las Indias desde el siglo XVI e, incluso, algunas que sí participaron en hechos de armas o tomaron el mando de una expedición o armada. A dichas posiciones llegaron por diversos motivos en un hito continuado en el tiempo y que desmiente, también, la visión oscurantista y radicalmente misógina que muchos hoy tienen de lo que fue España en tiempos de los Reyes Católicos y durante toda la Edad Moderna.
Algunas de ellas son Inés Suárez -quizás la más célebre por la novela de Isabel Allende y la reciente serie de televisión-; Catalina de Erauso, “la monja alférez”; María de Toledo, “virreina de las Indias”; Isabel Barreto, “almirante de la mar del sur”; María Estrada, conquistadora junto a Hernán Cortés; Beatriz de la Cueva, “la sin ventura” gobernadora de Guatemala; Mencía Calderón, “adelantada en el Río de la Plata”; Rafaela Herrera, artillera en la Nicaragua de
1762…, un reguero muy amplio de mujeres valientes y, en general, poco recordadas, que destacaron, pelearon, mandaron y gobernaron en la América Hispana.
Como verán, no fueron pocas y merecen mucha mayor atención de la prestada hasta la fecha por parte de investigadores e historiadores. De hecho, no descarto en un futuro escribir un libro sobre algunas de ellas.
Las páginas que se dispone a leer se centran en una de esas mujeres, una perfecta desconocida para un servidor hasta que di con un documento extraordinario y abordé unas líneas acerca de su persona en uno de mis artículos semanales de la sección “Mujeres en la Historia” en “Tu Otro Diario”. Con anterioridad, apenas había oído o leído nada sobre su figura pese a la temprana edad a la que asumió una gobernación en la América Hispana, nombrada nada menos que por el emperador Carlos en 1527. Este fue el primero de los datos que llamó poderosamente mi atención.
El artículo que tenía entre manos me limitaba por la extensión máxima marcada y, además, para su redacción un servidor había hallado interesante documentación, fuentes primarias de la época que me invitaban a continuar investigando más allá de los dos folios escritos y finalmente publicados. Esos escritos y cartas encontradas eran apasionantes ventanas a su historia, huecos que aventuraban muchas más interesantes novedades si le dedicaba tiempo y me centraba en profundizar sobre tan desconocida señora.
Así, convencido de estar ante una gran oportunidad para escribir un libro sobre alguien tan hasta ahora poco recordada y básicamente olvidada, mi esquema mental previo saltó definitivamente por los aires. No haría una galería o relación de mujeres en las Indias, dedicaría mis energías a una tan sólo, a la que gobernó una isla durante varias décadas con autorización y nombramiento regio, primero del emperador Carlos y luego de su hijo, Felipe II.
Aunque ya les he avanzado, en buena medida, la génesis del presente libro, permítanme referirles de manera sintética mis principales motivaciones a la hora de acometerlo con ilusión y dedicación. Sirven también como pistas de lo que van encontrar más adelante.
El caso de la isla Margarita (Venezuela), es ciertamente singular en relación a la larga y rica historia de la presencia española en el Nuevo Mundo. Lo es por seis grandes razones, las que más me han animado a trasladar al papel esta historia:
• Fue descubierta por Cristóbal Colón en su tercer viaje (1498), aquel en el que dio con la isla de Trinidad y también con el continente americano,
aunque él no fuera entonces consciente de lo segundo. Los parajes costeros y tierras cercanas a la desembocadura del Orinoco fueron nombrados pocos años después como Venezuela, lugar que el almirante identificó o asimiló con el “paraíso terrenal”-.
• La isla Margarita, junto a los cercanos islotes de Cubagua y Coche fueron pronto conocidas como “las islas de las perlas”, “el archipiélago de las perlas” o “la costa de las perlas”, dada la abundancia de este preciado molusco en sus aguas.
• Durante prácticamente 70 años (1525-1593), la isla Margarita fue gobernada por una saga familiar, los Villalobos – Manrique, siempre por voluntad y capitulación expresa firmada por la Corona.
• En un hecho si cabe más excepcional, fueron las mujeres del clan quienes estuvieron al mando directo o indirecto de esta ínsula caribeña durante la mayor parte de aquel periodo.
• Por si todo lo anterior fuera poco extraordinario, una de ellas, Aldonza de Villalobos o Aldonza Manrique -de las dos maneras se la conoce y figura en los documentos- fue reconocida como gobernadora cuando contaba con apenas siete años de edad, lo fue hasta su muerte y, de manera efectiva, durante 33 años de forma ininterrumpida (1542-1575).
• Muy significativo también es que Aldonza fuera criolla, pues vino al mundo en Santo Domingo, isla de la Española. El primer gobierno en las Indias de un español nacido en América fue el de esta mujer en el siglo XVI, aspecto este muy relevante y que apenas es mencionado, ni mucho menos resaltado como se debería en los libros de historia.
• Aldonza nació en el año 1520, hace ahora 500 años, un gran momento para recuperar y darle una mínima visibilidad a esta prácticamente anónima gobernadora.
De hecho, esta coincidencia temporal cuando ya estaba documentándome sobre su persona, época, acontecimientos y escenarios en los
que se desenvolvió, me hicieron tomar un nuevo impulso para terminar de escribir este libro que tiene ahora en sus manos.
No es mi intención hacer ningún tipo de comparación con las grandes figuras de Hernán Cortés, Juan Sebastián de Elcano y las gestas por ellos protagonizadas -conquista de México y la primera vuelta al mundo-, de las que también estamos conmemorando ahora el quinto centenario, pero sí he querido poner en valor y recuperar la historia de esta mucho más desconocida y olvidada gobernadora.
Con lo que he leído y hallado en el proceso de investigación podría haber escrito una novela para dejar volar también mi imaginación, pero he preferido ceñirme a los hechos y trasladarles esta historia real y vibrante que, en buena medida, nunca ha sido contada.
Siempre que me ha sido posible, he recurrido a las enriquecedoras y fascinantes fuentes primarias de las que disponemos en nuestros magníficos archivos y también, lógicamente, a una selecta bibliografía que encontrarán al final del libro.
Además, quiero destacar las consultas realizadas a las obras de varios cronistas de Indias, siempre imprescindibles, sobre todo los que por allí estuvieron en la misma época o muy cercana en el tiempo.
De entre ellos, merece una mención especial don Juan de Castellanos (Alanís, (Sevilla), 1522 – Tunja, (Colombia), 1606), testigo de vista de muchos hechos ocurridos en aquel Nuevo Mundo y, en especial, en la costa de Venezuela e islas de las perlas. Su “Elegía de varones ilustres de Indias” es una obra maestra -junto a “La Araucana” de Alonso de Ercilla, las dos magnas composiciones poéticas sobre el Nuevo Mundo- y el lector se encontrará con diversas estrofas en el presente libro, pues es una fuente de primer nivel que no podía, de ninguna manera, pasar por alto.
El material disponible es ingente e imposible de abarcar, sobre todo en lo referente a aquel periodo en el Caribe español, así que tomen este libro como lo que pretende ser, una aproximación a la figura y relevancia histórica de doña
Aldonza de Villalobos y Manrique, su familia y las variadas circunstancias que les tocaron vivir en relación siempre con la isla Margarita.
He tratado de acercarles con un mínimo de rigor a esta mujer “de mucho más honor merecedora” como escribió Castellanos, en un tiempo y escenario repleto de perlas, indios caribes, esclavos, piratas y corsarios.
Una familia rigió los destinos de la isla Margarita en el siglo XVI y tuvo durante varias décadas a una mujer criolla como titular de aquel pedacito de tierra del imperio español… la gobernadora de la isla de las perlas.
Gracias por leer estas páginas, espero que las disfrute.
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Ficha histórica del libro
Edad: Moderna
Periodo: Expansión en América
Acontecimiento: Descubrimientos geográficos
Personaje: Aldonza Manrique
Comentario de "De mucho mas honor merecedora"
La historiografía siempre ha considerado a Hernandarias de Saavedra (1561-1634) como el primer gobernador criollo que hubo en el Nuevo Mundo (lo fue del Río de la Plata a partir de 1597 y en varios periodos), pero olvida a doña Aldonza de Villalobos o Manrique (1520-1575), quien fue nombrada por el emperador Carlos gobernadora de la isla Margarita el 13 de junio de 1527, 70 años antes.
Descubrir este dato hizo involucrarme en una investigación sobre esta mujer tan olvidada y apenas mencionada en los libros de historia. A través de ella, buceando en múltiples fuentes de la época y abundante bibliografía, tejo una visión sobre aquel escenario caribeño durante prácticamente todo el siglo XVI.
Un lugar y tiempo plagado de aventuras, perlas, piratas y corsarios, esclavos, indios caribes… y una mujer que fue gobernadora de la isla Margarita hasta su muerte en 1575.
Doña Aldonza Manrique, sin duda, de mucho más honor merecedora.